Fuente: LNE. VIDAL DE LA MADRID Y JUAN CARLOS DE LA MADRID
«Avilés es una villa preciosa, próxima al mar, con hermosa ría navegable al Este y circundada de montañas». Esta sintética descripción, recogida de las guías turísticas de los años veinte, no hacía más que recoger lo que desde tiempo atrás Palacio Valdés venía repitiendo a base de convertir en literatura sus más viejos recuerdos de una «Arcadia feliz», o que, aún durante muchos años, repetiría, de mil maneras, el académico e ilustre avilesino de adopción José Francés. En suma, la «villa ensueño» que, desde Cuba, cantaran tantos emigrantes durante muchos años de añoranza.
Viene esto a cuento porque, más allá del mito o de la traidora memoria, que también algo de eso hay, la identidad histórica de Avilés se basaba en una naturaleza privilegiada, que dejó para el recuerdo la imagen de un pueblo sobrado de todo tipo de bondades naturales. Ésas que murieron un día, sepultadas por nubes de humo y aceitosas aguas.
Lejos de la arquitectura, y posiblemente lejos de la mayoría de las reflexiones convencionales sobre patrimonio, debemos situar el medio ambiente, entendiéndolo en Avilés únicamente como patrimonio histórico. Durante cuatro décadas al menos, a Avilés le fue negada la posibilidad de disfrutar de un entorno saneado. Si a esto unimos que, un viaje en el tiempo anterior a la industrialización salvaje, nos llevaría a ese Avilés privilegiado en condiciones naturales, por lo menos en los recuerdos de patrimonio intangible de sus habitantes, nos podemos dar cuenta de que, como en la arquitectura, estamos hoy en la fase de restaurar.
En los años cincuenta la ría y el aire de Avilés empezaron a ser cadáveres. La instalación de Ensidesa, en ese terreno, fue hija de la imprevisión. Si evaluáramos las consecuencias, seguramente en algunas materias anotaríamos sólo aspectos positivos, en otras los beneficios y perjuicios estarían compensados, pero sin duda en la calidad del medio ambiente encontraríamos la definición más brutal del tipo de industrialización de que fue víctima Avilés. La ciudad nació de la muerte del paisaje.
No es necesario extenderse demasiado sobre el poderío contaminante de una industria básica, más aún si se trata de una siderurgia, pero el caso que nos ocupa une todos los agravantes de una instalación sin las necesarias garantías. La concentración industrial en Avilés fue, en pocos años, desmedida, para un territorio reducido sobre el que presionaron multitud de industrias de alto poder nocivo. No sólo la gran siderurgia, también industrias químicas de envergadura (Asturiana de Zinc, Enfersa) y otras de dimensiones y poder emisor de materias contaminantes (Endasa, Cristalería Española) se instalaron en una estrecha comarca. Todas las repercusiones se empezaron a notar en el deterioro de la calidad de vida de los avilesinos, llegando a situaciones comprobadas de extrema presión, en épocas de máxima contaminación (enfermedades de las vías respiratorias, placentas negras...).
La mayor parte de este foco de sucia riqueza estaba en torno a la ría. Pocos elementos en la ciudad pueden considerarse tan históricos como el puerto de Avilés y sus alrededores. Es el origen de todo. Cualquier historia de Avilés es una historia de su puerto, de sus momentos de auge y de decadencia.
Cualquier lectura de esa historia pasa por ese lugar. Pero también cualquier posibilidad de desarrollo económico o de penuria ha pasado a lo largo de los años por el puerto. Unidas van la historia, la economía y la tradición popular, en un emblema de patrimonio histórico, en el más amplio sentido de la palabra. También en un emblema del desprecio por el patrimonio (y la salud) de la ciudad, convertido en desagüe del abandono y la prisa.
La ría ha sido, por mucho tiempo, un cadáver más que unir a este cementerio que aquí les relatamos. Con la muerte del puerto, con la turbiedad de sus aguas y la malsana densidad del aire, se murió una parte del legado de la ciudad. Se mataron los recuerdos de quienes habían hecho la vida en torno a la ría y un proceso histórico iniciado en el siglo XIX se consumó al fin: la ría se apartaba definitivamente de Avilés. Era patio trasero, fosa séptica donde almacenar el detritus de su prosperidad.
Las actividades industriales han disminuido de forma notable, y las nuevas no podrán ser contaminantes a la vieja usanza (aunque sigan contaminando). Baterías es el último recuerdo de aquellos años bárbaros. Es momento para elevar la calidad del entorno recuperando un patrimonio que permaneció en off tanto tiempo. Nuevas arquitecturas llegarán para dar otra vida donde hubo viejas fábricas, pero el emblema de esta recuperación es, sin duda, otro proyecto histórico que está en sus inicios, de forma simultánea a la importante recuperación del patrimonio arquitectónico: el saneamiento de la ría de Avilés.
Se ha hecho mucho por resucitar la ría, pero aún queda mucho por hacer. Tal vez sea labor para una generación entera que, limpiando las aguas, limpiará también la historia de sus antepasados. Aún no podemos decir, como en la vieja película española, que «el difunto es un vivo», pero da señales de resurrección
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