Wagner en Avilés: puentes, colores y dioses en crisis
LNE. JORGE JUAN MANRIQUE MUÑOZ En el estreno de «Blade Runner», saliendo del cine en una avenida del Madrid de la movida, comparé mentalmente la imaginería que el director Ridley Scott había preparado para su visión nocturna, húmeda y humeante de la ciudad de Los Ángeles en un futuro no lejano con la visión que se podía tener de las instalaciones de Ensidesa en Avilés aun en las mismas fechas.
Podía así presumir ante los amigos de la ocasión, originarios de otros sitios de España, de que yo vivía en un lugar en todo similar al que daba escenario a los replicantes de la Tyrell Corporation (creo recordar también vagamente que algún invitado de Garci hizo una comparación similar años después en «Qué grande es el cine»).
Hace unos cuantos años quedé muy impresionado por la música de Wagner en «El anillo del nibelungo», y deseando poner en contexto el argumento de la obra leí la interpretación de aquel provocador británico por excelencia que fue George Bernard Shaw y que, con el título de «El perfecto wagneriano», elaboró un análisis «socialista» de las cuitas de los dioses y los hombres que pueblan las cuatro partes del drama musical. Y pongo «socialista» entre comillas para referirme al sentido que se le podía dar a la palabra a finales del siglo XIX, tan diferente de lo que se entiende por tal en la España del tercer milenio (recomiendo a Shaw para limar el tópico de Wagner como ideólogo prenazi -el compositor fue amigo de Bakunin en su juventud- y porque su lectura es energizante).
Habrá que recordar que en «El oro del Rhin» (primera jornada de «El anillo») Wotan ha hecho construir un nuevo e imponente palacio para los dioses y los héroes, el Walhalla; y para pagar tamaña inversión, se ve en la necesidad de robar el tesoro de los nibelungos bajando a las minas y talleres donde éstos trabajan y se afanan, el territorio del Nibelheim. Durante este descenso al mundo subterráneo de los metalúrgicos, la música de la gran orquesta wagneriana se ve acompañada del repiqueteo de veintitantos yunques afinados, y mientras tanto vemos cómo los dioses engañan al explotador de este submundo -cuya maldición les perseguirá hasta su ocaso- para poder recobrar la juventud eterna y disfrutar de ella en la magnífica nueva construcción.
Al final de la obra, los dioses han superado (de momento) la crisis, y tienden un magnífico arco iris como puente para pasar al Walhalla, mientras la densa música nos presta algo de la aristocrática felicidad de los divinos.
Ya en nuestros días, el Nibelheim de Avilés (dirigido por un Alberich medio hindú y medio luxemburgués), y aunque menor en escala a las estructuras de 1980, aún tiene gasómetros, chimeneas, baterías, acerías, y a su manera todavía hace repiquetear los yunques más o menos afinados de la producción industrial. Pero la buena nueva es que se ha prometido un Walhalla de nombre Niemeyer, palacio «de formas puras y blancas como descendidas de los cielos», que honrará a los nuevos dioses del milenio (los escogidos premiados de todo el planeta, los héroes de los deportes, de la ciencia, o de las artes).
Que el renovado puente de San Sebastián aparezca ahora como nuevo arco iris para el paso a la nueva zona divina de la ciudad me reafirma la posibilidad de una representación wagneriana en Avilés, usando todas las capacidades que esta ciudad-escenario brinda a la mente cinematográfica adecuada y a las fuerzas musicales capaces.
El proyecto de Ramón Rodríguez ha encendido el puente de San Sebastián (que yo recuerdo desde mi infancia como una oscuridad rojiza, donde cruzaban los obreros al mundo humeante y metálico), como últimamente ha iluminado caminos, jardines y carreteras, tanto topográficos como mentales. La ría de Avilés no es -felizmente- el Rhin, pero el oro de la ciudad despliega tres de sus rayos en acero corten en la escultura de Benjamín Menéndez, «nueva metáfora e imagen de un tiempo posindustrial».
Wagner vuelve a estar de moda en todo el mundo, pero ya no están claras las referencias en estos tiempos de filologías inventadas: las versiones corrientes de la mitología que circulan últimamente por la ciudad son unas simplificaciones folclórico-turísticas alrededor de la música de gaita, y un nuevo análisis sociomoral en la línea de Shaw se hace problemático. Los que crucemos el nuevo arco iris para pasar al Centro Niemeyer-Walhalla, ¿seremos esforzados nibelungos explotados y condenados a la oscuridad de la mina o el trabajo-basura, o dioses que luchan por la eterna juventud -en versión cosmética, de gimnasio o de estancia en el spa urbano de moda- disfrutando del ocio de la edad de oro, escoltados por la efigies de los héroes premiados por un príncipe? Y si aceptamos que está anunciado el ocaso de esos dioses, ¿quién será el nuevo Sigfrido, inocente, valiente y revolucionario, que forje desde cero sus nuevas armas y rompa con el «impasse»?
Jorge Juan Manrique Muñoz es licenciado en Filosofía.
El "Puente Elevador Arcoiris" es un sistema electromecanico de transporte por cable y riel en arco aerosuspendido, con cabinas para personas, inventado por la Empresa SISTRAC S.A. de la ciudad de Medellín en la República de Colombia
ResponderEliminarEs el sistema ideal para remplazar los anticuados puentes peatonales que no son utilizados por los peatones.
El Puente Elevador ARCOIRIS es un ascensor que recorre una trayectoria en arco sobre las grandes avenidas y las autopistas en los sitios donde se presenta la necesidad del cruce de peatones y limitados en sillas de ruedas en una forma segura y confortable ya que no tienen que subir y bajar por escaleras.
Los costos de construcción y montaje de los puentes ARCOIRIS son menores que los de los anacrónicos puentes peatonales.
Mayor información en: sistrac@une.net.co