viernes, febrero 16, 2007

Una «capilla sixtina» para los productores de Ensidesa pintada por Javier Clavo

Llaranes, poblado-museo del paternalismo del INI, se convierte en uno de los barrios más jóvenes de la ciudad

A mediados de los años noventa Llaranes, el poblado emblemático de los construidos por Ensidesa, se había convertido en el barrio más envejecido de Avilés. Había perdido el 10 por ciento de su población desde el comienzo de la década. Junto al barrio de La Luz -que había perdido el 7 por ciento de sus vecinos- era el lugar donde más se estaba notando que «la villa del Adelantado», azotada por la reconversión siderúrgica, perdía comba. La crudeza de estos datos, extraídos del muy documentado volumen «Avilés, una historia de mil años», del historiador Juan Carlos de la Madrid, ya no es tal. Hoy, por el contrario, en Llaranes se está produciendo un interesante proceso de rejuvenecimiento.

Tras la «privatización» del poblado, que se terminó en 1993, todos los inquilinos compraron sus viviendas a la empresa a un precio casi simbólico. Hoy casi todas han salido al mercado y se han convertido en un tipo de vivienda más barata pero que mantiene el encanto urbanístico con el que fue diseñado aquel poblado con el que el régimen de Franco intentó mostrar hasta qué punto llegaba el bienestar de los obreros en España. «Es verdad, hoy sigue siendo un sitio agradable, tranquilo», apunta David Gutiérrez, director del Colegio público Llaranes, que ha ido registrando en los últimos años un repunte de la matrícula y hoy es reflejo de un barrio con cierta presencia de inmigrantes extranjeros, algo que también se traslada al colegio. «El otro día en clase se podía hacer una fotografía que parecía la ONU. Al lado de una alumna de aquí había sentados un alumno dominicano, otro de Nueva Guinea y otro mexicano», añade Gutiérrez. Hoy la presencia de familias siderúrgicas es insignificante

Doble significado

Llaranes ha adquirido un doble significado. Es, al tiempo, indicio de que Avilés se sobrepone demográficamente al bofetón del ajuste siderúrgico y, por otra parte, el poblado obrero se ha convertido en el mejor yacimiento -casi intacto- para leer la historia del fenómeno social que acarreó la implantación de Ensidesa. Es Llaranes el mejor museo que tiene Avilés para explicar cómo era aquella ciudad refundada abruptamente con Ensidesa.

«Yo puedo decir que formé parte de ese experimento: la creación de un pueblo», afirma José Ángel del Río, presidente del Club Popular de Cultura de Llaranes. «Llaranes viejo, el pueblo que había aquí, tendría 300 personas y, de repente, llegaron 1.500», explica Del Río, que vino de Gijón con su familia para trabajar en Ensidesa. El barrio al pie de la siderurgia del INI. «Todos vivían para trabajar, todos formaban parte de la empresa». Ésa era la idea del régimen de Franco: levantar «ex novo» un pueblo perfecto de productores a pocos metros de las instalaciones fabriles que, al tiempo, sirviera de propaganda al régimen. Un escenario para «Crónicas de un pueblo» hecho realidad mucho antes de que Carrero Blanco inspirase la famosa serie dirigida por Antonio Mercero para TVE.

Llaranes era, aunque suene a exageración, el mejor de los mundos posibles en aquel Avilés imposible para muchos otros obreros. Zonas ajardinadas, una plaza mayor donde por Navidades se repartían los juguetes que los Reyes Magos dejaban en Ensidesa, economato, escuelas regentadas por órdenes religiosas y una iglesia muy simbólicamente colocada en un alto con un campanario dominándolo todo.

No escatimaron medios. Es verdad que las casas no eran, no son, un derroche de metros habitables, pero el entorno era agradable. Era el no va más, sobre todo en comparación con lo que luego se vio en otras partes de la ciudad. Léase: La Luz, fruto de una de las historias más rocambolescas del urbanismo español contemporáneo, donde el promotor Domingo López anunció el nacimiento de una nueva ciudad jardín y, tras sucesivas cocciones, todo menguó hasta llegar a un barrio con todas las carencias de imaginables. No importaba, lo vendió casi todo a Ensidesa, que necesitada techo para su aluvión de mano de obra.

Pero Llaranes era otra cosa, la mejor. «Hasta teníamos piscina. ¿Sabes lo que era tener una piscina, con azulejitos azules, en los años sesenta?», añade Jorge Boagerts, historiador y autor de «El mundo social de Ensidesa».

Y para rematarlo todo el régimen empleó a los mejores artistas: entre ellos al pintor Javier Clavo, que decoró la escuela de las niñas y la iglesia, cuyas pinturas hoy no dejan de sorprender a cuantos las visitan. «Yo no me pierdo un funeral, me quedo extasiado mirando para ellas», añade Ángel del Río.

Desde el campanario de la iglesia de Llaranes, Ángel del Río observa el barrio de sus amores, el «mundo perfecto que ha conseguido llegar al siglo XXI conservando su atractiva traza original, habitado hoy por nuevas generaciones ajenas a la siderurgia, algunos de ellos emigrantes llegados del extranjero. Los nuevos "coreanos"». Llaranes: convertido en museo y, al tiempo, en semilla del nuevo Avilés.

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