viernes, febrero 16, 2007

Usos y patrimonio

ENRIQUE FERRARI NIETO/LICENCIADO EN FILOLOGÍA HISPÁNICA Y EN FILOSOFÍA


PARECE que son los indigentes quienes marcan el camino de nuevos planes urbanísticos: los que han hecho de la necesidad de un refugio un estímulo para que vecinos y políticos recobren una sensibilidad hacia el patrimonio abandonado en el centro de cualquier ciudad. Porque la recuperación de estos espacios, con los trámites ralentizados muchas veces por la desidia de unos y otros, solo llega tras un periodo de ruina, de destrucción, con la acumulación de basura, con pequeños incendios por las fogatas, trapicheos y la muerte por sobredosis de alguno de los inquilinos encargados de la transición.

Solo entonces cabe una segunda oportunidad: cuando los indigentes han salido forzados por las máquinas, con otro alojamiento metido en la cabeza para sobrevivir hasta que los jefazos, presionados por el acelerón en el deterioro de ese nuevo hogar, consideren su rehabilitación o demolición. Y, con ello, su uso, que es muchas veces una cuestión secundaria: como una excusa en el engranaje de una operación ante todo urbanística. Plantean la recuperación de esos espacios como un lujo que solo permiten las permutas en un mercado inmobiliario que reclama, para sus nuevos pisos, mejores vistas que un ir y venir de toxicómanos. Y no como una oportunidad única que corrija el déficit de dotaciones en una zona, y que volverá a cerrarse cuando se haya ocupado el edificio o su solar. Falta la conciencia dramática del indigente, que piensa en la ocupación como un ser o no ser.

Es la función la que justifica el órgano. Pero algunos creen que el «levántate y anda» a Lázaro es posible sin una actividad que alimente ese cuerpo que quieren resucitar. Que basta con momificar los edificios catalogados: convertirlos en cadáveres inútiles al quitarles todo uso y embalsamarlos ante los requerimientos de Patrimonio. Como decorados. Sin vida o con la agonía del que se sabe desahuciado. Las naves de Enertec han sido las últimas en salir de ese limbo de justos que esperan su redención. Pero sus restos, que han ido mermando hasta quedarse en la fachada y una parte de la cubierta, se convertirán, sumisos a la voluntad de la constructora, en los soportales de un pequeño jardín que dará acceso a más de doscientas viviendas de lujo: un reciclaje que no garantiza su supervivencia a largo plazo, aunque vale como un indulto precario ante la piqueta que ha arrasado con todo, ahí al lado, en la pomposa y etérea Ciudad de la Comunicación.

No va a ser el lobo el que cuide de las ovejas. Enertec será solo un muro junto a la carretera, reducido a lo mínimo para no quitarles espacio a las nuevas torres, después de los derribos sistemáticos desde el 2002 para encajarlo en un proyecto de urbanización que se justifica -dejaron caer desde el Ayuntamiento- por su interés general: un término que debe de ser polisémico, con alguna acepción oculta para la mayoría. Porque un espacio asistencial, o para exposiciones temporales, o para actuaciones, o conciertos o conferencias, supone para cualquiera un interés general, un bien común que constata la gente que a cualquier hora del día se acerca a visitarlo. Pero con un muro que no puede ser más que un recordatorio la cosa se complica, y solo unos pocos pueden ver más allá del chollo de las plusvalías.

En Londres, otra estación eléctrica, la de Battersea, se convertirá, como la Tate Modern, en un nuevo centro de cultura contemporánea inmenso junto al Támesis, después de años sin ceder al acoso de promotores inmobiliarios. Y Matadero Madrid, el antiguo Matadero y Mercado de Ganados junto a Legazpi, será, una vez culminada su rehabilitación en 2011, un inmenso laboratorio de creación, similar al Lieu 104 de París y al Mattadoio de Roma. En cada rincón de Europa la rehabilitación del patrimonio industrial (sobre todo el industrial) ha descubierto los espacios más estimulantes para la cultura. Con un vínculo que no es fácil explicar, pero que remite de alguna manera, con lo sugestivo del entorno, a una cultura que no es tanto el producto etiquetado para el consumo como el proceso mismo de creación, en el que el espectador, en la antigua fábrica, es un agente más, y se implica, y no un consumidor de ocio, de los que se acercan, pasivos, con una bandeja de comida rápida. La imagen es la de unos cimientos y un cálculo austero de producción. Y no la chistera de un político fantasioso en campaña electoral.

Valladolid, que antes que por sus pinchos ha sido famosa por la destrucción de su patrimonio, ultima grandes proyectos para sus edificios industriales más representativos. Se estudia desde hace tiempo las posibles dotaciones que pueden albergar la azucarera de Santa Victoria y el depósito de locomotoras y algunas naves de los talleres de Renfe. Hay mucho espacio, y la propuesta son equipamientos compactados. Y aunque se sabe poco de los dos planes, algunas ideas ya han trascendido: instalaciones deportivas, apartamentos tutelados, estudios para artistas y fundaciones, o una biblioteca. Nada que ver con lo hecho con Enertec.

Tardarán aún años en materializarse, pero están llamados a abanderar una nueva propuesta de futuro para la ciudad, y a servir de modelo para otras edificaciones para las que pronto habrá que pensar en nuevos usos. Basta con acertar con la solución, y huir de la tentación de los productos light, de la confusión entre ocio y cultura, y de los nombres rimbombantes que se traducen luego en espacios vacíos, sin gente. Basta con no pensar en una herencia inesperada que se puede dilapidar, y verlos como una herramienta ineludible para avanzar en lo social y cultural en la ciudad. La azucarera y los talleres de Renfe son la única respuesta a las deficiencias dotacionales que padece desde siempre el centro. Así que, como dicen en las películas, ahora o nunca.

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