El Regionalismo arquitectónico en Asturias y en España es una realidad que, con mayor o menor contenido teórico, con más o menos profundidad o frivolidad emerge en diversas ocasiones a lo largo de la recién terminada centuria. En concreto encontramos su fuerte presencia en la segunda y tercera décadas del siglo XX, para reaparecer con carga ideológica inequívoca tras la guerra civil. Y curiosamente, desde la década de los 90, y en una tendencia que permanece hoy en día, resurge. Pero lo hace de la más superficial de las maneras posibles: es la búsqueda romántica de una realidad popular-rural que nunca existió; es la utilización melancólica de una imagen, con vistas a su explotación turística.
A partir de la segunda década del siglo XX la arquitectura española tenderá a una búsqueda de la tradición regional y nacional, volviendo los ojos al Regeneracionismo surgido tras la crisis del 98. Se plantea no ya un imitar el pasado, sino adaptarlo a las nuevas necesidades.
Centrándonos en Asturias, no podemos prescindir aquí de lo que supuso un Regionalismo literario y artístico que amalgama los impulsos descentralizadores con los más reaccionarios de retorno a las tradiciones populares, el ruralismo, etcétera.
En nuestra región, hablar de arquitectura regionalista supone necesariamente referirse a lo montañés, auténtico protagonista de este movimiento en nuestra región, frente a la construcción autóctona más sobria y menos ostentosa por tanto. Ejemplos hay muchos, rurales como el palacio de Sotiello en Sevares (Piloña) o urbanos como La Gota de Leche de Gijón. Estudios también, sobre todo los de los profesores Morales Saro y Alonso Pereira.
La inconsistencia de la propuesta regionalista en la arquitectura asturiana de estos años se evidencia en el hecho de que el nuevo lenguaje alterne con otros en obras coetáneas de los mismos arquitectos. Asimismo, se pone de manifiesto en la rapidez con que los principales representantes de esta corriente evolucionarán hacia otras vías.
Durante la década de los 30, coincidiendo con los aires de libertad que trae la Segunda República, España y Asturias se suman a la modernidad del Estilo Internacional. Pero, la arquitectura del Racionalismo, al menos en el aspecto formal, se diluirá con la guerra civil.
Y llega no ya la paz, sino la victoria, cómo dice uno de los personajes de la obra de Fernán Gómez, «Las bicicletas son para el verano». El fin de la contienda y el profundo giro político que conlleva afectará no sólo a la economía y la sociedad española, sino que también las repercusiones culturales serán tremendas. Y de nuevo nos encontramos con el resurgir de postulados regionalistas.
En arquitectura, destaca el empleo de soluciones ruralizantes para vivienda en núcleos de población, como ya ocurriera durante el cambio del siglo XIX al XX. Ese mirar al campo que comparten los fascismos europeos de la época, dejando casi las ciudades como símbolos imperiales con avenidas procesionales.
Pero será la cuestión estética y la ideología que la sustenta lo que nos demuestra más nítidamente la esquizofrenia en temas constructivos. Así, dos serán las tendencias fundamentales entre los teóricos del régimen: por una parte aquellos que consideran que una arquitectura falangista pasa por el casticismo regionalista, por la exaltación de formas ruralizantes, por el retorno en fin a lenguajes propios de los años 20. Será ésta la vía que más consecuencias tendrá en la práctica, pero no la única. La preconizada por otros autores y que mejor encarnaría los postulados nacionalsindicalistas será un volver la vista a lo más glorioso del pasado nacional: el Imperio, Herrera y El Escorial.
En realidad, la pomposidad oficial queda para la ostentación del poder como ocurre en el Valle de los Caídos o la Universidad Laboral de Gijón. Mientras, para el ámbito doméstico se acudirá a planteamientos regionalistas, que en el caso asturiano van desde lo montañés a lo popular-rural, como se evidencia en numerosos inmuebles urbanos o barrios enteros de viviendas como Llaranes en Avilés. Aunque, de todas formas, esto muchas veces será puro fachadismo, pues el pragmatismo hace acudir a materiales y técnicas constructivas modernas, que abaratan costes.
Tras la etapa autárquica, a partir de los años 50, la arquitectura española, y por tanto la asturiana, va poco a poco sumándose a la modernidad, lo que se intensificará con el desarrollismo y después la llegada de la democracia.
Por ello, sorprende la eclosión de un nuevo Regionalismo, o mejor la fortaleza de una tendencia latente a partir de los años 90 en las zonas rurales españolas, especialmente en la arquitectura destinada a usos hoteleros. Esto contrasta con una clara apuesta por la modernidad que se evidenció durante la década de los ochenta, y también con la actitud de arquitectos que actualmente reivindican para este tipo de construcciones las aportaciones del Movimiento Moderno, el respeto medioambiental y planteamientos bioclimáticos. Es destacable cómo en cada comunidad autónoma proliferan establecimientos edificados a modo de pastiches que ofertan todos los tópicos que el turista espera encontrar: casitas encaladas y rejas en las ventanas en el caso andaluz; galerías de madera, piedra vista y tejado a vertientes en el NorteÉ De hecho, es la presentación de un mundo rural idealizado y edulcorado que realmente nunca existió; pero que se expone como la esencia de lo autóctono. Y es que el imaginario colectivo se vuelve a idílicas imágenes de apacibles aldeas, tal cómo se quiere que hubieran sido los pueblos de España en un pasado soñado.
Es reseñable que además de los edificios de nueva planta levantados siguiendo esta tendencia, aparecen otros fruto de rehabilitaciones más o menos románticas; y todo en conjunto genera un paisaje de un tipismo anacrónico y ficticio que parece olvidar más de un siglo de logros arquitectónicos y urbanísticos. Un regionalismo perverso que obvia todo lo relacionado con la modernidad, la industrialización, el ferrocarril o lo urbano, para quedarse con un conjunto de elementos folklóricos y vacuos.
En Asturias proliferan construcciones destinadas a consumo hotelero rematadas en teja o pizarra, según la zona, y dejando la piedra vista. Y esto último tanto en edificaciones de nueva planta como La Quintana del Cuera o La Llúriga en Llanes, donde las más de las veces se recurre a un mero aplacado que oculta la modernidad del material constructivo real, como en las rehabilitaciones de viviendas tradicionales. En este último caso se da además la paradoja de que lo normal en los siglos anteriores al XX era dejar únicamente al descubierto los sillares perfectamente escuadrados de ángulos y marcaciones de vanos, enluciendo la mampostería para ocultar su pobreza. Ahora no. Ahora, en los inicios del siglo XXI se muestran sin pudor unos paramentos irregulares, nacidos para ser ocultados, traicionando los más elementales aspectos visuales de la arquitectura de las centurias precedentes. Y ello haciendo frente a una demanda que es esto lo que busca, pese a lo de falseamiento histórico que conlleva y de afrenta a los mínimos requeridos para un turismo sostenible al impedir la intergeneracionalidad. Así, el legado que se deja será un invento creado a imagen de un gusto concreto arbitrario y más que cuestionable. Una moda que construye las fantasías concebidas como reales a partir del cine o los folletos turísticos. Y es que, además, esa imagen distorsionada de la realidad asturiana es algo recurrente. Así, al hablar de la cultura regional inmediatamente evocamos imágenes de verdes montañas, florecidas pomaradas, hórreos y paciente actividad ganadera. Sin embargo, también Asturias es la siderurgia, cómo no la minería; una Revolución en 1934 que marcó vidas, humos y huelgas, una Universidad con siglos de tradición y mucho más que un mundo agropecuario dudosamente idílico. Por ello, es una clara distorsión de la realidad buscar lo autóctono en un neorregionalismo de aleros y materiales tradicionales; cuando no lo es menos el riquísimo patrimonio industrial asturiano que salpica amplias zonas del campo asturiano.
Años 20, autarquía y década de los 90. Tres momentos así en que resurge una tendencia conservadora nacionalista o regionalista, siempre en tensión dialéctica con otra corriente vanguardista, sin tratarse de algo privativo de Asturias, ya que afecta a todo el territorio nacional e incluso a Europa. Son lenguajes que aluden directamente a un mundo rural, más o menos soñado, y que no conciben la cultura autóctona industrializada o urbana.
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