jueves, marzo 01, 2007

«Las ideas que había de la Laboral eran como una novela de Dick Turpin», afirma el arquitecto Díez Canteli

Fragmento del mural del teatro de la Laboral, con los impulsores y ejecutores de la obra: por la izquierda, sentados, Girón, el general Juan Yagüe y Carlos Pinilla; de pie, Fernando Cangas, José Luis Álvarez Castro, Domingo Hernández, José María Fernández -el «Ponticu»-, Luis Moya, José Díez Canteli, Enrique Segura y Manuel Laviada.
marcos león


Los tres cardenales habían recibido, muy probablemente -dice Suárez-, indicaciones del Vaticano y se las trasmiten a Franco en diciembre de 1957: el régimen ha de alejarse tanto de la democracia liberal parlamentaria como del partido único totalitario. La solución: democracia orgánica, una idea que Franco barruntaba desde 1952.

Pero a estas consideraciones se imponía otra. El Movimiento se resquebrajaba, según un informe titulado «Panorama político actual» que Carrero Blanco -subsecretario de la Presidencia del Consejo- ofreció a Franco en 1957. El régimen se dividía en «carlistas integristas, monárquicos liberales, falangistas de izquierda y demócratas cristianos», según cita Luis Suárez.

Además, Carrero Blanco temía la reorganización «de los sectores políticos que constituyeran en otro tiempo el Frente Popular».

En suma, el régimen estaba siendo una abigarrada mezcla de militares, «primorriveristas», tradicionalistas, monárquicos, falangistas -especialmente, los «camisas viejas», incorporados al partido antes del 18 de julio del 36-, católicos, integristas, tecnócratas y técnicos, según clasificación de Amando de Miguel en su «Sociología del franquismo».

Y, desde fuera, Estados Unidos quería liberalismo para España, incluso democracia de partidos. Los americanos pesaban mucho. Las relaciones diplomáticas con EE UU se habían restablecido en 1951 y sus créditos reactivaban la economía nacional. En 1953 se había firmado el Concordato con la Santa Sede y desde 1955 España era miembro de la ONU.

Todo ello suponía un continuo roce con Occidente y el capitalismo, de manera que la orientación liberal estaba cantada. Además, Franco quería menos política -en realidad, menos luchas políticas intestinas- y más técnica económica en su Gobierno.

Y así llegaron los tecnócratas al Consejo de Ministros, el 25 de febrero de 1957, y lo primero que abordaron fue el saneamiento de la peseta -fijada después en 42 por dólar- y de los créditos.

Los tecnócratas venían criticando desde hacía tiempo que en el gabinete anterior cada ministro hubiera ido por su lado, y ello significaba señalar muy especialmente a Girón de Velasco, quien en 1956, y ante el temor a las huelgas, convocó un consejo urgente de ministros con el fin de aprobar una subida salarial del 23 por ciento.

Franco le dejaba hacer, como había sucedido antes con el «león de Fuengirola» y sus relaciones con Asturias, incluido su proyecto de Universidad Laboral en Gijón, cuyo coste global superaba los 600 millones de pesetas, «lo mismo que un B-52 de los americanos», según frase del padre Valentín García, primer rector jesuita de la Laboral desde 1955.

Pero la subida de sueldos de Girón había disparado la inflación en España y, encima, hubo huelgas. Con todo, apunta Luis Suárez, el ministro de Trabajo había tratado «de defender a toda costa la estabilidad de los obreros en sus puestos de trabajo, así como el poder adquisitivo de sus salarios», y por ello había ganado «un gran prestigio», de tal modo que «representaba entonces la realización de una política falangista empeñada en poner a la empresa e, incluso, al Estado al servicio del hombre y no al contrario».

Las referidas huelgas de esos años críticos, por lo que toca a Asturias, se habían producido en Mina La Camocha, de Gijón, y en las Cuencas, concretamente entre enero y marzo de 1957. El gobernador civil, Francisco Labadíe Otermín -réplica regional del populista Girón-, visitó entonces algunos tajos en conflicto y ello disgustó al estamento militar y a la oligarquía regional.

Labadíe había llegado a Asturias en 1950, con la misión de revitalizar la Falange en la región. Santanderino, había estudiado Derecho en Oviedo,

El 3 de julio de 1957 lo sustituye como gobernador Marcos Peña Royo, abogado del Estado. El veterano periodista gijonés Juan Ramón Pérez Las Clotas señala en este punto que «el control político de Asturias lo asume desde Madrid Camilo Alonso Vega, nuevo ministro de Gobernación, del cual Peña Royo era agente».

Labadíe era una de las piezas que caía detrás de Girón. Pero caería otra más, y con estrépito.

El nuevo ministro de Trabajo, Fermín Sanz Orrio, manda suspender las obras de la Universidad Laboral y, a partir de ese momento, «los enemigos políticos del equipo cesado -el gironista- y del patronato gijonés de la Fundación José Antonio Girón logran poner en marcha una investigación sobre posibles prevaricaciones de fondos», explica en uno de sus estudios sobre la Laboral el arquitecto Antón González Capitel, de origen asturiano y principal especialista en la obra de Luis Moya.

Otro de los arquitectos de aquella obra era el gijonés José Díez Canteli, que en la actualidad cuenta 89 años y que el 1 de abril de 1998 -cincuentenario del comienzo de construcción de la Laboral- señaló a LA NUEVA ESPAÑA que «las ideas que entonces había sobre el edificio eran como novelas de Dick Turpin: decían que los camiones entraban por una puerta y salían por otra con la carga destinada al estraperlo». Ésa era parte de la leyenda negra de la Laboral que, según refiere Capitel, es investigada inmediatamente por el Tribunal Supremo, siendo nombrados como miembros de la «comisión técnica inspectora, entre otros, los arquitectos Javier Lahuerta y Luis Rodríguez Hernández».

Lahuerta le explicó a Capitel en los años ochenta algunos detalles de aquella investigación, según la cual «la obra era simplemente muy grande y su aspecto, insólito e imponente; pero la única responsabilidad a juzgar sería la decisión de haberla construido, pues no era cara: no había márgenes para irregularidades».
El informe del Supremo incluso recoge admiración por la «baratura de la obra», consecuencia, por ejemplo, de que se asentase sobre una planicie de roca y no necesitase obra de cimentación, salvo bajo la torre, casualmente.
Pero la investigación del Tribunal Supremo no se detuvo ahí, sino que halló irregularidades en la granja de La Lloreda, obra complementaria de la Laboral, construida entre el Infanzón y el límite de Gijón con Villaviciosa, y hoy campo municipal de golf, en parte. La Lloreda había centrado otros capítulos de la leyenda negra de la Laboral. Por ejemplo, de la casa solariega que existía en esa finca -antigua propiedad de la familia Vereterra; después, residencia de invitados de la Laboral, y hoy, hotel- se decía popularmente que contenía la «cama adoselada de Girón», con todas las connotaciones que de ello se quieran extraer, aunque inverificables.
Pero las irregularidades de La Lloreda fueron más sencillas. A José María Fernández, el «Ponticu» -gironiano, populista, empresario minero, «grandón» gijonés-, se le acusó de la venta irregular de una vaca y de distraer obreros de Laboral para hacerse un camino hacia su chalé particular, también situado en Cabueñes.

Girón viene al juicio como testigo y defiende durante una hora a su hombre y amigo, pero cada palabra suya es una palada de tierra. «Y condenaron al Ponticu y pasó varios meses en la cárcel gijonesa de El Coto», recuerda Pérez Las Clotas, quien como redactor jefe de LA NUEVA ESPAÑA cubrió la información del juicio. El gozne había girado de todo en Asturias

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