«Igual que había lucha de clases, había lucha de modelos educativos y la Laboral se apuntaba a uno basado en ir de lo concreto a lo abstracto, como teorizaría Jean Piaget», agrega Caldevilla, quien sostiene que el centro educativo gijonés cumplió sus objetivos a lo largo de los años: «Llegaban los alumnos con alpargatas y maletas de cartón; sólo podían ingresar los hijos de trabajadores, de mutualistas. Y salieron profesionales que en general han sido mandos intermedios en las empresas, en buenas posiciones y también en el campo de la docencia. Los objetivos se han conseguido, y sin desclasamiento».
Era precisamente el «desclasamiento» que podía provocar la Laboral una de las críticas al sistema de Girón. Venía a ser una censura a que el Ministro se consagrara «a la formación de obreros, porque consideraba muy problemática a la Universidad, que en aquellos años cincuenta estaba envuelta en huelgas y protestas», reflexiona Juan Velarde.
Era el obrerismo frente a la Universidad académica, pero esta contraatacaba: «A un alto cargo de la Universidad de Oviedo se le atribuyó en aquella época la frase de que "a la Universidad Laboral de Gijón van a acudir los alumnos vestidos de frac"», recuerda Ángel Caldevilla.
Resulta curioso observar que en la citada sesión crítica de arquitectos de 1955 uno de los asistentes, Juan Corominas, le espeta a Moya: «¿Es que tiene sentido acudir a las clases en una cuádriga romana?». La pregunta era mezcla de la crítica al desclasamiento y de censura hacia el clasicismo del proyecto. Por ello, Moya narró la anécdota del teatro popular francés y añadió: «Así que aquí parece muy justo que se haya querido un edificio concebido en la más noble arquitectura que se pudo hacer».
La sesión había resultado durísima. Corominas dice: «A Moya se le ha parado el reloj». Luis Gutiérrez Soto -uno de los grandes arquitectos de la época- agrega: «Moya tiene demasiadas maletas cargadas de cultura a la hora de proyectar».
Jenaro Cristos deplora «la insistencia en reproducir las formas clásicas, que no tienen nada que hacer aquí, porque hay excesivo goce para el erudito, que creo no viene a cuento, además de que es muy caro». Corominas insiste en su crítica al clasicismo del edificio: «No tiene sentido parangonarse con el efecto de las termas de Caracalla, o del atrio de Vitrubio, o de las genialidades de Palladio...». El arquitecto se refería, respectivamente, a las soluciones adoptadas por Moya en las cubiertas de los talleres, el acceso del atrio corintio o en las galerías laterales de la iglesia.
Otro asistente a la sesión crítica, Mariano García Morales, habla de la «estructura atormentada del conjunto»; Corominas lo denomina «edificio pesadote»; Julio Galán se pregunta «por qué todas las escaleras son curvas», y José Avelino Díaz Fernández-Omaña -entonces arquitecto municipal de Gijón- se pregunta «por qué la fachada principal da la espalda a Gijón».
Únicamente elogian los intervinientes en la sesión las piezas de arquitectura moderna del conjunto, caso del Paraninfo situado en la fachada Sur, según proyecto de Manuel López Mateos y de su esposa, María Juana Ontañón, a los que Moya había invitado a participar en la obra y les había dado total libertad.
Gutiérrez Soto concluye: «Tengo una idea tan caótica del edificio que no me atrevo a criticarlo».
El arquitecto asturiano Antón Capitel, principal estudioso de la obra de Moya, define así aquella sesión crítica: «Sus compañeros, los que podríamos haber creído partícipes de sus ideas, abominan de ellas y de su obra, y, arrepentidos ya de sus propias veleidades monumentalistas, se extrañan y escandalizan ante un hombre que, en el año que corre, es aún tan antiguo. Conviene recordar que, por ejemplo, a Luis Gutiérrez Soto se debe el Ministerio de Aire, en el distrito madrileño de Moncloa, una obra considerada como emblema del franquismo.
José Díez Canteli (Gijón, 1917) comentó a este periódico en 1998 que la sesión crítica «no le afectó especialmente ni, como se ha dicho, le hizo recluirse. Moya sabía hacer arquitectura moderna y la hizo después».
Pero el edificio de Cabueñes permanecería arquitectónicamente proscrito hasta 1976, cuando Capitel publica un artículo de referencia titulado «La Universidad Laboral de Gijón o el poder de las arquitecturas». En 1981 el Colegio de Arquitectos de Asturias convoca una nueva sesión crítica que, en cierto modo, restituye el valor de la obra de Moya, quien asiste a este encuentro a sus 77 años y casi ciego.
A las polémicas ideológicas y arquitectónicas se suma la famosa leyenda negra de la Laboral, que consta de varias ideas. Por ejemplo, «que los miembros de la Fundación José Antonio Girón llevaban el hierro para la obra por las mañanas y después volvían por la noche con metralletas para robarlo, o que los camiones entraban y salían sin control», según recordaba Díez Canteli hace unos años, aludiendo por ello a que esas historias parecían «una novela de Dick Turpin».
También se sostenía popularmente que se habían enriquecido deliberadamente ciertos propietarios expropiados para constituir el patrimonio de tierras de la Laboral, cerca de tres millones de metros cuadrados.
El colmo de la leyenda negra era que en la construcción de la Laboral trabajaron prisioneros de la guerra civil, como en el Valle de los Caídos.
Díez Canteli tiene respuesta para ello. «Las grandes empresas adjudicatarias de los 16 proyectos constructivos -Entrecanales, Govasa, Dicaminos, Constructora Internacional, Cubiertas, etcétera- ponían los materiales y tenían sus vigilantes de obra. Además, se peleaban entre ellas por conseguir los mejores albañiles, entre los que se contaban los canteros gallegos, que hacían un trabajo perfecto». El arquitecto gijonés también recuerda que «cada mes se medía toda la obra realizada desde el primer día, y no sólo la de las últimas semanas, con lo que, si los había, se corregían errores anteriores».
Cuando, a partir del cese de Girón, en febrero de 1957, el Tribunal Supremo investiga la Laboral, «Javier Huerta Vargas y otros peritos realizan una valoración del edificio construido y, al cotejar sus datos con lo que en realidad había costado la Laboral, vieron que había sido mucho más barata», recuerda finalmente Antón Capitel.
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