jueves, marzo 01, 2007

La escuela, cantera de obreros


Violeta Fernández repasa en un libro las claves del paternalismo industrial en la educación de hace un siglo
(Fotografías de Bustiello)

Enero de 1906. La «Huelgona» de Mieres está a punto de estallar. Xuacu abandona su casa en Ujo a las ocho de la mañana y toma el camino más corto para acudir a la escuela de Bustiello. El colegio, como muchos otros de las comarcas mineras, pertenece a la Sociedad Hullera Española, una de las compañías más importantes de las Cuencas.

Su padre trabaja en una de las minas de la sociedad, por lo que envía a su hijo al centro más cercano. Como siempre, llega tarde. Xuacu está preocupado porque los profesores de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, que impartían las clases, tienen muy en cuenta la puntualidad y el orden como principios de moral y del comportamiento cívico. Pueden amonestar a todo el que lo incumpla.

Al pensar en la oración, el aseo y el repaso de lecciones que tiene a primera hora, Xuacu tiene la tentación de no asistir, aunque sabe que luego tendría problemas en casa...


Xuacu es un nombre ficticio, pero podría ser uno de los niños que vivió entre el 1880 y el 1936 en las comarcas mineras, un período de apogeo industrial como consecuencia de la llegada de las empresas mineras y metalúrgicas. En la actualidad, las sociedades como Hunosa y Duro Felguera aún conservan los archivos de la época que han servido a Violeta Álvarez, profesora de la Facultad de Ciencias de la Educación de Oviedo, como fondo documental para realizar su tesis sobre la importancia de la enseñanza en las Cuencas a finales del siglo XIX y principios del XX.

Su trabajo de investigación, único en España, ha sido publicado recientemente en colaboración con la empresa Hunosa bajo el título «La escuela del paternalismo industrial asturiano 1880-1936». La obra se centra en una idea básica: la necesidad de los patronos de formar personas capaces de trabajar sin cuestionar las decisiones de las empresas.

Según expone Álvarez en el libro, los patronos utilizaron la educación (reglada para los niños, y fuera del horario laboral, para los trabajadores) como herramienta básica para conseguir este arraigo por parte del obrero y dejar de lado cualquier otro «entretenimiento» distinto al laboral. «Los espacios de ocio también estaban controlados», según la autora.

La autora mantiene que los servicios creados por los empresarios de la época servían de control a los obreros. Un ejemplo es la Caja de Socorros creada por los industriales, una especie de Caja de Ahorros donde los obreros tenían el dinero. De la «paga», la empresa les quitaba un dos por ciento para destinarlo a las escuelas de las que eran dueños.

El economato y las cooperativas son otros ejemplos. Según Álvarez, en la comarca del Caudal existían más economatos y el Nalón era más propenso a cooperativas. Los dos vendían alimentos con «cartilla» a los obreros de las fábricas y les «hacían depender» de las empresas a la hora de alimentarse. Para la autora, en las Cuencas existían dos formas de ejercer el paternalismo industrial: el Caudal estaba dominado por el marqués de Comillas, lo que creaba un estado «patriarcal», mientras que en el Nalón confluían diversas empresas, siendo más liberales. Esta distinción también influía en las escuelas.


Órdenes religiosas


Colegios como la Salle, en La Felguera y Ciaño; el Aniceto Sela, en Mieres; o las escuelas de Caborana, en Aller, nacieron ante la necesidad de educar a obreros y servir de «cantera» para seleccionar trabajadores. Para ello, los patronos, según relata la autora, solicitaron ayuda a determinadas órdenes religiosas, como los Hermanos de la Doctrina Cristiana y las Dominicas, con el fin de inculcar una «moral dócil» a los niños, además de abaratar costes a la hora de contratar maestros.

Cada religioso de La Felguera cobraba 1.500 pesetas al mes y la empresa evitaba pagarle el alojamiento y los «posibles problemas» si tuvieran familia. Los propios empresarios supervisaban y decidían los programas escolares.

El Colegio de las Dominicas para las niñas en Aller que dependía de la Sociedad Hullera y la escuela de los Hermanos de la Doctrina Cristiana en La Felguera, de Duro Felguera, era los centros que más alumnos tenían en las Cuencas, con 350 niñas y 326 niños en 1908, respectivamente.

Hoy, estos centros albergan actividades de otra índole, aunque conservan su arquitectura inicial que, a entender de la autora, servía a la empresa para «hacer llegar su poder» y mostrar a los obreros «la importancia de los patronos».

No hay comentarios:

Publicar un comentario