La minería se convierte en una actividad viable cuando se copia a sí misma. El Museo de la Minería es un modelo de gestión competitiva y sostenible en una comarca de economía subsidiada. Con más de 95.000 visitantes anuales, ha logrado que más de la mitad de sus ingresos provengan de las gentes que lo visitan y el objetivo final es que esa cantidad llegue al cien por ciento de los gastos operativos. No quiere ser una Hunosa cultural.
El Entrego, E. LAGAR
Será, probablemente, el único pozo de Asturias que tiene plenamente garantizada su continuidad a lo largo del presente siglo. La «mina imagen» del Museo de la Minería y la Industria, el MUMI, se ha convertido desde su apertura en 1994 en uno de los grandes atractivos turístico-culturales del valle del Nalón, y también de la región, junto con el museo que la contiene. Hasta que llegaron los dinosaurios del Museo del Jurásico, en Colunga, y su promoción publicitaria, el MUMI, ubicado en El Entrego, fue el museo más visitado de Asturias.
En 2005 recibió 95.460 visitantes y sus expectativas son llegar a los cien mil consolidados a medio plazo. Y todo sin extraordinarias campañas de promoción. Pero ¿cuáles han sido las claves de su éxito? Dos: una fruto de las emociones; la otra, de las matemáticas.
lEmocionante y emocional. La exposición «en superficie» del MUMI es un dechado de virtuosismo y hasta de artesanía: buena parte de los elementos expositivos fueron construidos por los propios empleados del museo sobre el preciso diseño de su director, Santiago Romero, notable dibujante. Pero la bajada a la «mina imagen» -un descenso ficticio de 600 metros con el sonido grabado de la jaula del Pozo María Luisa- despierta las emociones y, a la vez, es emocionante.
Ya bajo tierra -menos de lo que él cree- el visitante encara la oscuridad, un inquietante goteo, la mina. Esta réplica del interior de un pozo minero funciona como una atracción turística, cultural. Se hizo para el ocio, para divertirse donde otros sudaron, vivieron o murieron. Pero, por lo que ha visto Tino Fernández, uno de los «mineros imagen» que guía por este anillo entibado de un kilómetro, la «mina imagen» no sólo es un rato entretenido.
Tiene algo más:«Esto ye la vida, amigo. Ye lo que hay, lo que hubo en la Cuenca. Bueno o malo, esto que ven, ye y fue la vida nuestra». Ni más ni menos. Este langreano de 40 años, vecino de la Puente Carbón, ha visto cómo, ras pasar por la «mina imagen» «la mayoría comprende lo que significa metese en un agujeru para ganar el jornal».
Entre los que ya lo sabían, los mineros, Tino Fernández ha visto orgullo. «Sí, señor este museo es un orgullo para ellos. Vienen con la gente y dicen: "Aquí taba yo y soy un paisano. Aquí trabayé yo"».
Razonable y racional. El MUMI son emociones, pero también números. En estos trece años de existencia, el museo de El Entrego ha generado un flujo anual de cien mil visitantes en una comarca donde, hasta la fecha, cualquier industria podía ser imaginable menos la turística. A un museo con deficiente señalización y accesos un tanto inverosímiles para su poder de atracción, más de la mitad de los visitantes llegan en autocar y, de ellos, el 89,31 por ciento procede de fuera de Asturias.
Ahí tienen un caladero importante. Visto desde el punto de vista estrictamente empresarial, el MUMI es un éxito de gestión. Quiere conservar patrimonio minero, pero también mostrarse como una empresa competitiva y, a la vez, sostenible. Ése es otro elemento -nada desdeñable en una comarca muy subsidiada- de su exposición permanente. En todos estos años, el Museo de la Minería ha conseguido que más de la mitad de sus ingresos anuales provengan del dinero desembolsado por los visitantes, una participación que aspira a convertirse en la principal fuente de financiación de los gastos.
La instalación museística recibe anualmente 300.000 euros del Principado y 120.000 de Cajastur, los dos entes constitutivos de la Fundación de Nuevas Tecnologías y Cultura, titular del MUMI. El objetivo final de la dirección es poder destinar esas subvenciones a la dotación de un capital social suficiente.
Este modelo de gestión tiene como trasfondo una voluntad manifiesta: evitar la transformación del Museo de la Minería en una especie de «Hunosa cultural». Así nadie tendrá nunca que plantearse el cierre del «Pozu Imaxen». Algo que, por otra parte, y si se quiere llevar la imitación de la realidad minera a su último término, sería bastante coherente.
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