Boletín de la A.G.E. N.º 34 - 2002, págs. 213-227
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Paz Benito del Pozo
Universidad de León
Departamento de Geografía
RESUMEN
Este artículo se plantea como una aproximación a la relación entre el patrimonio industrial
y la dimensión cultural del territorio a partir de la premisa de que el patrimonio industrial
es un fenómeno vinculado al problema de las ruinas industriales que generan los
procesos de reconversión productiva en las regiones de tradición industrial. En relación con
esto, se trata de mostrar la importancia que en la forja del concepto de patrimonio industrial
y su asimilación al patrimonio cultural y territorial han desempeñado determinados agentes
sociales y entes institucionales, y cómo los geógrafos han contribuido a que los vestigios
materiales de la industrialización se analicen y potencien en su contexto espacial, de modo
que lleguen a ser un elemento a considerar en la ordenación, la planificación y las estrategias
de desarrollo territorial en su triple condición de recurso, memoria del lugar y seña de identidad
colectiva.
Palabras clave: Patrimonio industrial, cultura del territorio, geografía cultural, ruinas
industriales, memoria del lugar.
ABSTRACT
This paper is intended as an approach to the relationship between industrial heritage and
the cultural dimension of territory. We set out from the twofold premise that industrial
heritage is an immediate effect of the processes of reorganisation and restructuring of
traditional industrial sectors in the territories where industrialisation took place in its early
Fecha de recepción: febrero de 2003.
Fecha de admisión: marzo de 2003.
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days, and that, therefore, it is part both of the question of industrial remains and of the
solutions to this question. We also try to show the importance of certain social agents and
institutions in the coinage of this concept and its assimilation to cultural and territorial
heritage. Geographers have contributed to analyse and develop material remains within their
spatial context, in order to take industrial heritage into consideration when it comes to ordering,
planning and drawing territorial development strategies, considering industrial heritage within
its threefold condition as resource, folk memory and symbol of collective identity.
Key words: Industrial heritage, local culture, cultural geography, industrial remains, folk
memory.
INTRODUCCIÓN
El capitalismo industrial en su fase de plenitud se acompañó, como es sabido, de la
expansión de las actividades industriales y los complejos productivos que las soportan por
todo el planeta, un fenómeno —la industrialización— que tiene su origen y sus hitos más
sobresalientes vinculados a determinados países de Europa occidental (Gran Bretaña, Alemania,
Francia, Bélgica…) y a los Estados Unidos, escenarios privilegiados del auge de la
industria pesada, primero, y de transformación después, ligadas unas y otras al progreso tecnológico
y la aplicación de sucesivas fuerzas motrices con origen en diferentes fuentes de
energía (carbón, electricidad, petróleo) que van a determinar la formación de espacios productivos
y paisajes económicos contrastados ligados al proceso de urbanización y a la cultura
urbana.
Hasta finales del siglo XVIII, en la etapa preindustrial, dominaba la manufactura dispersa
de carácter rural y, por lo general, de pequeño tamaño; la actividad y el trabajo artesanal se
cobijaban en el taller, a excepción de algunas instalaciones aisladas y de carácter estratégico
para los poderes del momento, como era el caso de los astilleros reales o las fábricas de pólvora
y de armas, de gran tamaño y complejidad productiva localizadas en lugares muy específicos
y alejadas de los núcleos de población. Es con la Revolución Industrial cuando hace
su aparición la gran fábrica, vinculada a la máquina de vapor, el ferrocarril y el nacimiento de
la ciudad industrial, marco de vida y de trabajo para una población que no dejará de crecer
entre humos y chimeneas a lo largo del siglo XIX y principios del XX y se caracteriza, entre
otros rasgos, por estar altamente proletarizada y desligada del campo.
Por su parte, los espacios industriales irán conformando un paisaje singular producto de la
concentración de grandes fábricas al pie de las minas, junto a los puertos de mar o en zonas
privilegiadas por factores como la abundancia de materias primas, la dotación de infraestructuras
de transporte y comunicaciones o la disponibilidad de mano de obra (Tandy, 1979). A
medida que los espacios industriales se consolidan e imponen su lógica a un territorio cada
vez más amplio y dinámico la ciudad crece pegada a ellos y a la inversa, de forma que la relación
ciudad-industria se refuerza y la trama urbana se va nutriendo de barrios obreros y establecimientos
industriales en zonas que al principio son exteriores pero que con el tiempo
adquieren centralidad y pierden el desahogo espacial que las caracterizaba cuando empezaron
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siendo imán de todo tipo de empresas y actividades productivas, hasta conformar el modelo
de ciudad fordista dominante hasta los años sesenta del siglo XX.
Un elemento fundamental de esas aglomeraciones urbanas y el paisaje resultante son el edificio
industrial y los conjuntos fabriles, de arquitectura al principio utilitarista y descuidada en
lo estético pero que con el tiempo irá adquiriendo relevancia y despertando el interés de arquitectos
y urbanistas. Dicha arquitectura industrial se expresará mediante unas tipologías específicas,
tanto para cada uno de los sectores productivos como para cada uno de los espacios
necesarios. Los edificios destinados a albergar la administración, las naves industriales, los
almacenes, las salas de motores y las chimeneas crearán un lenguaje nuevo y anticiparán materiales
y estructuras (Sobrino, 1991; Aguilar, 1998). Incluso las empresas importantes, mineras e
industriales, promoverán en el último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX conjuntos
urbanísticos originales y autosuficientes, de fuerte impronta en el paisaje, derivados de la
ideología del paternalismo empresarial, que busca reunir en un espacio perfectamente acotado
todos los elementos del trabajo y la vida del obrero para un mayor y más eficaz control sobre
éste y su rendimiento laboral: fábrica o mina, casa del director, viviendas para obreros modelo,
iglesia, escuelas, economato y sanatorio (Sierra Álvarez, 1990; Castrillo, 2001).
1. LAS RUINAS INDUSTRIALES COMO PROBLEMA TERRITORIAL
El capitalismo industrial, y luego fordista, generador de complejos industriales fuertemente
integrados, voraces consumidores de suelo y tributarios de una estética subordinada a
la funcionalidad de las construcciones, entró en crisis en los años setenta afectando de pleno
a los países pioneros en la industrialización histórica y a los sectores maduros (siderurgia,
construcción naval, textil). El impacto de la crisis industrial, de carácter estructural y vinculada
a la irrupción de las llamadas nuevas tecnologías, se dejó sentir con fuerza en las regiones
de antigua industrialización, allí donde la ciudad-fábrica o la región-empresa habían
determinado la evolución económica y social de extensos territorios. En todas ellas se desencadenó
un proceso de declive dominado, como veremos, por la desindustrialización y acompañado,
en el mejor de los casos, por un proceso de periferización de la industria que
combinados ambos tuvieron el efecto de vaciar de industrias la ciudad.
Las medidas de reestructuración y reconversión industrial puestas en marcha por los
gobiernos europeos en los años ochenta para atajar la crisis no evitaron el cierre de multitud
de fábricas, ni la liquidación de empresas y negocios de todo tipo y tamaño, ni los despidos
masivos de trabajadores, como lo ilustran a escala regional los casos de Escocia y País de
Gales en Gran Bretaña; Lorena y Nord-Pas-de Calais en Francia; Valonia en Bélgica; Ruhr y
Sarre en Alemania; o en España las concentraciones industriales del País Vasco, Cataluña o
Asturias (vid. Landabaso y otros, 1989; VV.AA., 1994; Pascual, 1993). A escala urbana, en
las grandes ciudades, polos de captación y fijación de industrias por excelencia, los efectos de
la reestructuración productiva se interpretaron en un primer momento como síntoma del
declive o la crisis metropolitana, si bien ulteriores análisis, más profundos y estructurales, llevarán
a la conclusión de que las aglomeraciones urbanas contaban con mecanismos de respuesta
para sobrevivir a la crisis, eso sí, en el contexto de un nuevo modelo productivo y bajo
premisas urbanísticas contrastadas entre las áreas centrales, las coronas metropolitanas y la
franja periurbana (Méndez y Caravaca, 1993).
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Uno de los fenómenos más elocuentes del impacto territorial de la desindustrialización y
del traslado de la industria hacia espacios periurbanos por efecto de la mutación del sistema
productivo que acabamos de señalar es, precisamente, la aparición de espacios industriales
abandonados, cuya proliferación puso en alerta a los responsables públicos locales allí donde
la magnitud del fenómeno fue mayor (están bien estudiadas las experiencias de Europa del
norte en VV.AA., 1994), aunque al principio no supieron cómo atajar con acierto un problema
que iba en aumento y presentaba múltiples aristas: degradación medioambiental y
física del espacio urbano, contaminación de suelos, especulación, destrucción de actividad
económica, desempleo y tensión social. Lo que sí era evidente para todos es que las viejas
fábricas y los terrenos industriales abandonados constituían un factor desestructurante que
desvalorizaba la imagen y reducía el atractivo de las zonas afectadas.
Para los gobiernos locales y regionales el tratamiento de las ruinas industriales no se
planteaba a principios de los años ochenta como un fin en sí mismo, es decir, no se pensaba
en ellas como patrimonio a conservar por ser tributarias de valores intrínsecos (histórico,
estético, cultural) sino más bien como un recurso —suelo, fundamentalmente— al servicio de
la política de reconversión industrial y de las acciones regionales acompañantes, habida
cuenta que las áreas industriales abandonadas inducen un proceso acumulativo de deterioro
contenido inicialmente en los límites del área afectada pero que después se extiende a otras
zonas, generalizándose los «efectos perversos» al conjunto de la región. Desde esta perspectiva
parecía necesario planificar las medidas de reconversión y la reabsorción de las áreas
industriales abandonadas, lo que exigía una evaluación meticulosa del problema y definir
acciones concretas de intervención resultado, al menos, de tres operaciones (vid. Merenne,
1994; VV.AA., 1994):
— El análisis de las potencialidades del recinto abandonado
— El diagnóstico de la situación económica del conjunto urbano
— Las tendencias prospectivas del espacio regional y suprarregional
En la práctica este planteamiento se concretó en acciones tales como el Polo Europeo de
Desarrollo (PED), nacido el 19 de julio de 1985 con motivo de la firma en Luxemburgo de
la Declaración Común, un proyecto piloto de cooperación internacional orientado a resolver
los problemas creados por la reconversión industrial en las zonas mineras, siderúrgicas y textiles
más afectadas de Francia, Luxemburgo y Bélgica mediante la promoción de un Parque
Internacional de Actividades de 450 hectáreas de superficie situadas entre las tres fronteras,
un Centro de Servicios comunes y una Escuela Europea de Tecnología. Como señalan algunos
autores, tal proyecto requería intervenciones masivas en materia de ordenación urbana,
rehabilitación de las áreas industriales abandonadas y del hábitat, mejora de las infraestructuras
viarias y ferroviarias (Brot y otros, 1994) y, por supuesto, una ingente cantidad de
recursos que han procedido en buena parte de los fondos FEDER y del programa INTERREG.
El balance del PED, aunque incompleto, es positivo y «la reconquista de las áreas
industriales abandonadas parece estar asegurada por cuanto se han proporcionado de forma
conveniente los medios financieros movilizados», si bien la persistencia de los resultados
obtenidos dependerá de la estrategia que a más largo plazo desplieguen las compañías multinacionales
que han ocupado el lugar de las empresas locales (ibídem, 41-42).
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Otro ejemplo de intervención política, a escala nacional en este caso, lo representan las
Zonas de Urgente Reindustrialización, un instrumento de promoción industrial aprobado por
el Gobierno español en el año 1985 con el fin de reactivar las economías regionales y recomponer
el tejido productivo de los espacios más castigados por la crisis industrial: municipios
del Este y Sur de Madrid, Bahía de Cádiz, Área Central de Asturias, Nervión-Ría de Bilbao,
Barcelona, Ferrol y Vigo mediante acciones que contemplaban, en ciertos casos, la recuperación
de áreas industriales abandonadas con un nuevo uso: el de polígonos industriales orientados
a incrementar la oferta de suelo y, con ello, las oportunidades de nuevas inversiones.
Con resultados desiguales en unos espacios y otros, este instrumento no fue tan eficaz como
el PED debido a la combinación de varios factores: insuficiencia de los recursos aplicados,
falta de cooperación entre los agentes implicados en el proceso de reconversión y, quizá, un
mal entendimiento del problema (Pascual, 1993; Fernández García, 1997).
Los expertos, por su parte, enfocaron la cuestión de las ruinas industriales en los términos
siguientes: ¿es racional que la industria invada nuevos terrenos agrícolas y deje sin uso los
antiguos lugares abandonados?; ¿existe una lógica inexorable que conduce al despilfarro de
edificios y terrenos en vez de propiciar su reutilización?; ¿no es posible considerar los restos
de la industria como parte del patrimonio cultural y promover así su protección y conservación?
En España la reacción es algo tardía aunque ofrece la ventaja de que procede de ámbitos
académicos y profesionales muy diversos, desde historiadores e historiadores del arte
hasta ingenieros y arquitectos. También desde la Geografía llegaron respuestas: así, Horacio
Capel (1996) sostiene que los edificios industriales del pasado pueden ofrecer valores arquitectónicos
que aconsejan su conservación y, a veces, su reutilización, y en apoyo de su argumentación
despliega un amplio repertorio de ejemplos europeos y españoles con especial
referencia a Barcelona. Por su parte, José Ortega Valcárcel (1998, 36-37) afirma que «los
territorios industriales que la reciente evolución tecnológica ha dejado sin uso constituyen el
patrimonio industrial y forman, por ello, parte del patrimonio cultural». Otros geógrafos han
demostrando interés por las oportunidades urbanísticas asociadas al aprovechamiento o reutilización
de los suelos industriales abandonados en grandes ciudades como Madrid (Pardo y
Olivera, 1992), o bien profundizando en la relación entre patrimonio industrial y desarrollo
local (Rodríguez, 1992; Troitiño, 1998), entre patrimonio cultural y ordenación del territorio
(Bielza de Ory y De Miguel, 1997), o en la aplicación de los vestigios industriales al desarrollo
territorial, lo que incluye la recuperación de paisajes amenazados por la destrucción de
sus elementos más singulares (Benito del Pozo, 1997; Fernández García, 1999).
2. EL INTERÉS SOCIAL POR EL PATRIMONIO INDUSTRIAL
A medida que se hicieron evidentes los efectos de la crisis y el declive industrial fue
madurando, pues, una sólida corriente de opinión y de pensamiento sensible con las ruinas
industriales, los problemas que acarrean y la necesidad de buscar soluciones que cristaliza en
la década de los 90 con propuestas de intervención fundadas en la idea no tanto de suprimir
como de proteger y conservar las estructuras, edificios y espacios industriales abandonados,
lo que parecía aconsejable por varias razones: por su condición de vestigios del pasado con
valor testimonial o elementos de la arqueología industrial; por tratarse de un recurso con
atractivos per se, susceptible de actuar como reclamo cultural y, por tanto, de convertirse en
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producto turístico; y por actuar como un factor de revitalización socioeconómica y recuperación
de la identidad para los territorios en crisis (Feliú, 1998; Álvarez Areces, 2001).
En el proceso reciente de toma de conciencia por parte de la sociedad del interés y el valor
patrimonial de los vestigios de la industrialización fue decisivo el papel de algunos historiadores
y científicos británicos tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, interesados todos por
el estudio de las condiciones en que se había producido la industrialización, sus causas y las
consecuencias que tuvo para el progreso occidental, toda vez que algunos elementos relevantes
de la cultura industrial empezaban a ser eliminados por obsoletos y anticuados, como
la Euston Station de Londres, destruida en 1962 y desencadenante del movimiento de revalorización
que gira en torno al patrimonio industrial. La apretada síntesis que ofrecen Santacreu
Soler (1992) y Mercedes López (1992) sobre los orígenes del concepto de patrimonio
industrial es demostrativa de la influencia de los trabajos británicos y del alcance de su contribución
a la defensa de los restos industriales y a la formalización de una nueva disciplina,
la Arqueología industrial. Destacan en tal sentido las aportaciones de Kenet Hudson y Augus
Buchanan: el primero definió el objeto de la arqueología industrial como el descubrimiento,
la catalogación y el estudio de los restos físicos, las comunicaciones y el pasado industrial; el
segundo la explicó como un campo de estudio práctico y teórico que recurre al trabajo de
campo y a la protección de los monumentos industriales y centra el análisis teórico en el proceso
de valoración del significado de los vestigios industriales en el contexto de la historia
social y tecnológica (Hudson, 1963; Buchanan, 1972).
La novedad de este enfoque radica en que por primera vez el concepto de patrimonio histórico
se pone en relación con los restos materiales de la industrialización y éstos adquieren
la consideración de bienes culturales que deben tener un reconocimiento jurídico, una estructura
administrativa y una política nacional o regional, según los casos, de protección. A partir
de este hallazgo se desencadena, según destaca Santacreu (1992, 15), una revisión de los
planteamientos que subyacen a los viejos museos de la ciencia y de la técnica, que dejarán de
ser meros testimonios del progreso para prestar atención a la dimensión humana de la industrialización,
al tiempo que se desarrollaron nuevas concepciones museísticas con el fin de
recuperar el patrimonio industrial europeo sin privarle de su contexto histórico-territorial,
entre las que destacan: el Centro de Archivos Históricos del Museo Alemán de la Mina, en
Bochun; la Fundación del Museo del Valle de Ironbridge, en Gran Bretaña; el ecomuseo de
Le Creusot-Monceau-les-Mines, en Francia; el Museo de la Mina de Carbón de Liège, Bélgica;
o el Museo Nacional de la Ciencia y la Técnica de Cataluña, en Tarrasa.
Asimismo, los trabajos que analizan ejemplos de edificios y espacios industriales abandonados
repartidos por toda la Europa del carbón y del acero, el textil o el automóvil y las
intervenciones que han tenido lugar en ellos han dado origen a una extensa bibliografía que
se nutre de monografías, artículos, ponencias y comunicaciones presentadas a congresos y
jornadas nacionales e internacionales dedicados al patrimonio industrial. Especial interés
reviste, por lo que aquí se trata, la difusión de esta preocupación en nuestro país, donde
algunos encuentros de especialistas sirven, desde mediados de los años 80 y principios de
los 90, para impulsar el debate sobre el patrimonio industrial, su estudio, protección y revalorización.
Al respecto baste citar las I Jornadas sobre la Protección y Revalorización del
Patrimonio Industrial celebradas en Bilbao en 1982, las I Jornadas Ibéricas del Patrimonio
Industrial y la Obra Pública celebradas en Sevilla en 1990 o las I Jornadas d’Arqueología
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Industrial de Catalunya organizadas en L’Hospitalet de Llobregat en 1991. Conviene, asimismo,
recordar el VII Congreso Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial
organizado en Madrid en septiembre de 1992 a instancias del Comité Internacional para
la Conservación del Patrimonio Industrial (TICCIH) con el patrocinio del CEHOPU y del
Ministerio de Obras Públicas, Transporte y Medio Ambiente y en el cual tomaron parte casi
60 expertos con trabajos referidos a tres continentes. Un hecho a destacar es la incorporación
al elenco de países avanzados en el estudio y defensa del patrimonio industrial de una
nutrida representación de países y regiones de la Europa del sur (Portugal, España, Italia,
Grecia) prácticamente ausentes en los foros anteriores. Además, es significativo constatar la
participación de comunicantes procedentes de países iberoamericanos (Brasil, Chile,
México) o la concurrencia de trabajos sobre la rehabilitación de áreas industriales en Japón,
demostrativos ambos hechos del alcance mundial del movimiento a favor del patrimonio
industrial (Actas, 1995).
La Universidad española se suma a la sensibilidad por el patrimonio industrial y su problemática
organizando cursos y encuentros que reúnen a especialistas nacionales y extranjeros
en torno a programas que combinan aportaciones teóricas y trabajos empíricos,
reveladores unos y otros de la importancia, la extensión y el potencial de los elementos y
conjuntos industriales históricos más sobresalientes, a la vez que son el resultado de una
metodología que se perfecciona a cada encuentro y se enriquece por el carácter multidisciplinar
del patrimonio industrial. En general, predomina un concepto del patrimonio industrial
que se asocia de forma estrecha a la arqueología, la historia de la técnica, el arte e
incluso la etnografía, si bien el factor territorial adquiere una presencia cada vez más notable
a medida que aumentan las aportaciones de los geógrafos atraídos hacia este nuevo
campo de investigación y estudio. Esta tendencia queda bien ilustrada en la novena edición
de la Conferencia Internacional sobre Conservación de Centros Históricos y del Patrimonio
Edificado, celebrada en Valladolid en julio de 1997 bajo los auspicios del Instituto de Urbanística
de la Universidad de Valladolid y en la cual tomaron parte numerosos geógrafos universitarios
y profesionales. El encuentro adoptó el lema de «Territorio y Patrimonio» y
asumió como eje de reflexión la relación que se produce entre ambos términos, es decir, las
correspondencias espaciales ineludibles entre lo construido y el lugar con el que necesariamente
tiene que integrarse (Actas, 1997).
El creciente interés del sector universitario por el patrimonio industrial se manifiesta
igualmente en iniciativas como la elaboración de inventarios y catálogos, tarea en la que fue
pionero el Departamento de Geografía de la Universidad de Oviedo, que en colaboración con
la Consejería de Cultura del Principado realizó en la temprana fecha de 1987 el Inventario del
Patrimonio Industrial Histórico de Asturias. Otra expresión de ese interés es la oferta de cursos
de doctorado y la propuesta de asignaturas de primero y segundo ciclo de diversas titulaciones,
incluida la Geografía, cuyo contenido se centra total o parcialmente en el patrimonio
industrial (Universidad Complutense, Universidad de Valladolid, Autónoma de Barcelona,
Universidad de León, Politécnica de Cataluña, Universidad de Alicante, Universidad de
Valencia). O el desarrollo de proyectos de investigación en colaboración con prestigiosas
entidades extranjeras, como el que ha reunido a la Universidad Politécnica de Cataluña y al
Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en torno a un trabajo de ordenación territorial
sostenible del Llobregat que incorpora los recursos patrimoniales de la industria a la pro-
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puesta final de intervención: el Parque de las Colonias, un singular paisaje industrial contenido
entre los núcleos de Manresa y Berga para el que se propone una operación de regeneración
económica, ecológica y social del sistema de colonias textiles del Bajo Berguedá
(Lista y Sabaté, 2001).
3. CONSOLIDACIÓN DEL BINOMIO PATRIMONIO INDUSTRIAL-PATRIMONIO TERRITORIAL
Según destaca Agnès Bardón en las páginas electrónicas de la revista Fuentes producida
por la UNESCO (2001), el interés de este organismo por el patrimonio industrial es muy
reciente, como lo prueba el hecho de que el primer sitio incluido en la Lista del Patrimonio
Mundial fue la mina de sal de Wieliczka, en Polonia, inscrita en el año 1978. Sin embargo
habrá que esperar a 1992 para que el Comité de Patrimonio establezca una verdadera política
de reconocimiento de los lugares industriales como sitios con reconocido valor patrimonial
universal. Y con todo, en la actualidad su situación sigue siendo, según Bardón, de marginalidad
puesto que de un total de 690 sitios que contiene la Lista tan sólo 25 son industriales,
con el matiz de que algunos de los inscritos como patrimonio industrial lo están también en
función de otros criterios y se cita el caso de la Salina Real de Arc-et-Senans (Francia),
incluida por ser obra del arquitecto Claude Nicolas Ledoux.
Por otra parte, la UNESCO utiliza una definición más amplia de patrimonio industrial que
la admitida por los expertos, para quienes el patrimonio industrial lo constituyen las construcciones
de la época que arranca con la revolución industrial, con las máquinas accionadas
por energía mecánica y no manual. La Organización distingue, por el contrario, cuatro tipos
de sitios: los lugares de producción, las minas, los medios de comunicación y sitios de ingeniería
arqueológica. Un repaso a la lista de la UNESCO evidencia que, en efecto, existe
cierta disparidad en los lugares, conjuntos o elementos considerados como patrimonio industrial,
aunque algunos no dejan dudas al respecto: la localidad minera de Ironbridge (1986), en
Reino Unido; la fábrica siderúrgica de Völklingen (1994), en Alemania o el poblado de
Crespi d’Adda (1995), en Italia representativo de la industria del papel. Con todo, este reconocimiento
de la UNESCO del patrimonial industrial como parte del patrimonio cultural y
territorial constituye uno de los mejores apoyos y garantía de supervivencia para lo que hasta
principios de los años sesenta era considerado de manera generalizada como chatarra o ruinas
inservibles.
En el marco de la Europa comunitaria la sensibilidad hacia el patrimonio industrial se
materializó a partir de 1983 con la entrada en vigor el programa Apoyo a proyectos piloto
comunitarios en materia de conservación del patrimonio arquitectónico, un instrumento
financiero destinado a la conservación del patrimonio europeo de bienes inmuebles. Aunque
importante, los resultados de este programa, operativo en el período 1986-1994, fueron insuficientes
desde la óptica de la protección y conservación del patrimonio cultural en general,
al fallar, sobre todo, los mecanismos de financiación (pocos proyectos subvencionados y
recursos escasos para los que recibieron ayuda) según se desprende del estudio de Carmen
Benito (1996). Empero, hay que destacar que de un total de 37 proyectos aprobados en el año
1991 quince estuvieron relacionados directamente con la conservación y rehabilitación de
edificios y conjuntos fabriles repartidos entre Francia, Gran Bretaña, Alemania, Bélgica, Grecia,
Dinamarca y España. En nuestro país las ayudas correspondieron al antiguo dique del
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astillero de Puerto Real (Cádiz), al complejo industrial y agrícola de Caixa Agraria en
Espluga de Francolí (Tarragona), a la fábrica de harinas «La Horadada» en Mave (Palencia)
y al complejo textil de Aymerich, Amat y Jove en Tarrasa (Barcelona).
Los Fondos Estructurales, a través de diferentes programas comunitarios, también han
permitido conservar y rehabilitar el patrimonio industrial. En el caso de regiones en declive
como Asturias, el Programa Nacional de Interés Comunitario y el Resider I han hecho posible
proyectos como el Museo de la Minería de El Entrego, la Ciudad Industrial de Valnalón
en Langreo, el centro de empresas de Cristasa en Gijón, o el de La Curtidora en Avilés (vid.
Benito, 1996). En la actualidad, el Programa Cultura 2000, que reúne los antiguos programas
Raphael, Caleidoscopio y Ariane se ocupa del patrimonio cultural europeo y expresamente
incluye en sus acciones la cultura industrial, con un presupuesto para el periodo 2000-2004
de 167 millones de euros.
En España desde el año 2000 está en marcha el Plan Nacional de Patrimonio Industrial
vinculado al Instituto del Patrimonio Histórico Español. Esta iniciativa se justifica «por la
naturaleza de este patrimonio como testimonio fundamental para comprender y documentar
un período clave de nuestra historia y en la consecuente necesidad de articular las bases de su
conservación, ya que se trata de un patrimonio en rápida transformación y deterioro y, por lo
tanto, en grave peligro de desaparición» (Linarejos y otros, 2002). Su ámbito de aplicación es
todo el territorio español y como aspecto a destacar figura la distinción de tres tipos de Bienes
Industriales:
— Elementos aislados por su naturaleza o por la desaparición del resto de sus componentes
pero que sean testimonio suficiente de una actividad industrial a la que ejemplifican.
— Conjuntos industriales en los que se conservan todos los componentes materiales y
funcionales, así como su articulación; es decir, constituyan una muestra coherente y
completa de una determinada actividad industrial.
— Paisajes industriales donde se conservan visibles en el territorio todos los componentes
esenciales de los procesos de producción de una o varias actividades industriales
relacionadas entre sí.
Este Plan incluye considera como patrimonio industrial las manifestaciones comprendidas
entre la mitad del siglo XVIII, coincidiendo con los inicios de la mecanización, y el
momento en el que ésta empieza a ser sustituida total o parcialmente por sistemas en los que
interviene la automatización. En el mismo tienen cabida todas las manifestaciones arquitectónicas
o tecnológicas relacionadas con las actividades de producción y distribución, viviendas
y equipamientos. A los restos muebles e inmuebles de la industrialización se suman las
fuentes documentales escritas, gráficas y orales (ibídem, 47).
Desde el punto de vista normativo la consideración del patrimonio industrial como un testimonio
material de la cultura es un fenómeno también reciente. En España el primer texto de
obligada referencia es la Ley de Patrimonio Histórico Español, 16/1985, de 25 de junio, que
según la tesis mantenida por Mª Rosario Alonso (2002) da entrada en el Derecho español a la
protección del patrimonio industrial, aunque éste no tenga en dicho texto una significación y
un tratamiento específico. Sin embargo, representa un avance significativo el hecho de que el
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patrimonio histórico se amplíe desde su interés por razón del Arte, la Historia o la Arqueología
a toda expresión de la cultura material y testimonio de civilización.
Otra cosa es el marco normativo autonómico, donde el patrimonio industrial encuentra,
por fin, un tratamiento específico que llega a incluir la dimensión territorial. Ahora bien, no
todos los textos autonómicos son homogéneos en el enfoque del patrimonio industrial: algunas
leyes lo consideran parte del patrimonio arqueológico, caso de la Ley pionera de Castilla-
La Mancha 4/1990, de 30 de mayo; en otras está integrado en el patrimonio etnográfico, por
ejemplo en la Ley de Madrid 10/1998, de 9 de julio; un tercer grupo de textos se refiere al
patrimonio industrial como arqueológico y etnográfico al mismo tiempo, caso de la Ley de
Galicia 8/1995, de 30 de octubre. Más interesante es la Ley de Cantabria 11/1998, de 13 de
octubre, la cual introduce una nueva referencia a «los espacios industriales y mineros»; o la
Ley del Principado de Asturias 1/2001, de 6 de marzo, la más precisa y geográfica de todas,
donde se descarta cualquier confusión entre el patrimonio industrial y el arqueológico o el
etnográfico, tal y como se desprende de la siguiente definición: «integran el patrimonio histórico-
industrial de Asturias los bienes muebles e inmuebles que constituyen testimonios significativos
de la evolución de las actividades técnicas y productivas con una finalidad de
explotación industrial y de su influencia sobre el territorio y la sociedad» (Alonso, 2002,
119). En esta definición no hay duda de la dimensión geográfica del patrimonio industrial, un
elemento de la cultura y el territorio pero no un mero objeto museístico o monumento descontextualizado
y estanco.
4. TENDENCIAS Y EXPERIENCIAS RECIENTES DE REVALORIZACIÓN DEL PATRIMONIO
INDUSTRIAL
El repertorio y número de actuaciones que rescatan y ponen en valor el patrimonio industrial
es hoy tan amplio y variopinto que resulta difícil seleccionar aquellas iniciativas que
puedan ser más relevantes en el panorama internacional y, aún, nacional y regional. Sin
embargo, sólo una parte de dichas acciones se producen teniendo en cuenta el territorio, ya
sea en espacios urbanos (edificios y conjuntos fabriles o técnicos complejos), ya a escala
local o regional mediante la recuperación de espacios productivos (valles industriales, complejos
portuarios, zonas mineras diversas) rescatados del olvido y la degradación. Aquí nos
ocuparemos de algunos casos, no necesariamente los más conocidos y estudiados, que ilustran
bien la identificación entre patrimonio industrial y revalorización del territorio en los
órdenes urbanístico, socioeconómico y cultural, y que son a la vez expresivos de las tendencias
que se imponen en la línea de superar la más rancia idea de monumento industrial intocable
y, por ello, casi nunca útil.
Las intervenciones en el patrimonio industrial edificado más divulgadas, a través incluso
de los medios de comunicación de masas, tienen con frecuencia como protagonistas a viejas
fábricas o ruinosos almacenes rehabilitados y convertidos en museos, centros de arte, centros
de empresas, bloques de viviendas o simples lofts. Se trata de construcciones de cierta singularidad,
vinculadas a la memoria industrial y a la identidad cultural de la ciudad, que por lo
general han pasado por un largo período de abandono, luego han sido protegidas como bienes
de interés cultural o monumentos y, por último, se han convertido en ejes de operaciones de
renovación urbana que las incorporan, con los más diversos usos, a proyectos que mejoran la
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imagen, calidad y competitividad de la ciudad. Y dado que ésta tiene mucho que ganar con la
rehabilitación de los edificios industriales, tal y como lo entienden los promotores públicos y
privados, la tendencia actual es que las intervenciones no se dejen en manos de cualquiera
sino que se buscan urbanistas y arquitectos de prestigio para que diseñen y ejecuten los proyectos.
En esta línea encajan la recuperación de la antigua fábrica de harinas El Palero, construida
a mediados del siglo XIX en la margen izquierda del Pisuerga, en Valladolid y
convertida en Museo de la Ciencia por Rafael Moneo; la transformación de la fábrica Fiat-
Lingotto de Turín en galería de arte por Renzo Piano; o los dos proyectos del arquitecto
Patrick Bouchain en Francia: uno localizado en Nantes, en una fábrica de la empresa LU
construida en 1885 y transformada en un eje cultural con el nombre de Le Lieu Unique; y otro
en Boulogne, sobre una fábrica de 1930 adaptada para servir de sede central a la empresa
Thomson Multimedia, ambos proyectos ideados bajo la premisa de que las antiguas fábricas
y sus lugares no olviden lo que fueron.
Otro tipo de intervención muy extendida es aquella que destina las fábricas abandonadas
a modernos centros de empresa. En Asturias existen dos ejemplos de iniciativa pública:
una decimonónica fábrica de curtidos convertida en el Centro Municipal de Empresas La
Curtidora, en Avilés, y el Centro de Empresas Cristasa, que ocupa el edificio de una antigua
fábrica de cristal en el barrio gijonés de La Calzada. En Mallorca una experiencia
reciente cambia fábricas ruinosas por centros de nueva economía, siguiendo una pauta
consolidada en otros países europeos: se trata de dos grandes fábricas de calzado, Can
Pellers y Can Ferrer, situadas en el centro histórico de Binissalem, rehabilitadas con criterios
que respetan los materiales originales de piedra y loza a la vez que introducen una
cierta adaptación (techos nuevos, derribo de muros interiores…) para destinar los edificios
a albergue de empresas de Internet, servicios avanzados, teletrabajo o departamentos de
telecomunicaciones. La idea central de esta intervención fue colocar una network service
center en un bello contenedor histórico y en entornos tranquilos y urbanos clásicos (Ciberpaís,
5/10/00).
La recuperación del patrimonio industrial como parte de una operación urbanística de
gran impacto tienen como referente más actual y polémico la iniciativa austriaca de transformar,
de la mano de los arquitectos J. Nouvel, C. Himmelblau, M. Vehdorn y W. Holzbauer,
los centenarios gasómetros de Viena en un espectacular conjunto de viviendas. Construidos
en 1899 y en funcionamiento hasta 1986, los cuatro depósitos de gas más grandes de Europa
fueron declarados después de su clausura patrimonio histórico, pero se quedaron sin uso. En
1995 el Ayuntamiento decidió poner en valor los monumentos mediante su transformación en
un conglomerado de viviendas a precios asequibles. La enorme dimensión de los depósitos
dio para 600 viviendas y también para oficinas, una residencia de estudiantes, una guardería,
un archivo regional, salas de espectáculos y un centro comercial, entre otros equipamientos
urbanos. Esta actuación, además de revalorizar unas estructuras legadas por el pasado está
teniendo importantes repercusiones en el antiguo barrio industrial de Simmering: su accesibilidad
a mejorado gracias a la conexión directa con una de las autopistas de circunvalación
de la ciudad, el metro ha alargado hasta él sus líneas y alrededor de los gasómetros están surgiendo
centros de ocio, comercio y oficinas; y lo que es más importante, en lugar de tener 28
habitantes por hectárea la zona pasará en breve a contar con 200, lo que de paso servirá de
acicate a la innovación cultural. En suma, se ha creado una miniciudad (García-Pola, 2002).
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Otro distrito industrial metropolitano que ha alterado su imagen y funcionalidad es el neoyorquino
Chelsea, en Manhattan, reconvertido progresivamente, desde 1985 hasta hoy, en un
espacio de arte alternativo. El detonante de esta transformación fue la recuperación de dos
edificios industriales para convertirlos en el Dia Center of the Arts, cuyo éxito desató un
auténtico boom inmobiliario protagonizado por los galeristas que buscaban espacios baratos
y diáfanos. Como en el caso anterior, los efectos expansivos de este renacimiento urbano,
perfectamente acotado y especializado al principio, han alcanzado a zonas aledañas, como lo
demuestra la reforma peatonal de los muelles del río Hudson y la de la vía de tren elevada que
une Chelsea con los distritos vecinos (El País-El Viajero, 5/10/2002).
Fuera de las aglomeraciones urbanas hay iniciativas de desarrollo local y de ordenación
territorial integral y sostenible que recuperan escenarios, ambientes y paisajes industriales
para actividades de ocio y turismo. En tal sentido destaca el tipo de intervención que se
conoce como ecomuseo, y que tiene en el territorio y sus elementos patrimoniales los principales
apoyos en tanto que proyecto que recrea actividades pasadas, rescata la memoria social
y productiva local y genera nuevos elementos de valor para dinamizar una zona deprimida o
en crisis. De acuerdo con Miguel Ángel Troitiño (1998), «el ecomuseo aporta dos ideas fundamentales:
la puesta en valor del patrimonio cultural y natural, y una concepción dinámica
del patrimonio que implica proteger, desvelar su identidad y favorecer un desarrollo equilibrado
». El ejemplo más conocido es el ecomuseo francés de Le Creusot-Montceau-les-Mines,
al sur de la región de Borgoña, asentado sobre un territorio de 390 Km2 y más de 100.000
habitantes. El proyecto se desarrolló con fondos locales, regionales y el apoyo de la Unión
Europea, y su finalidad era reactivar una importante zona minera y siderúrgica que declinó en
los años setenta. Sus objetivos y líneas estratégicas se centran en crear un producto turístico
de calidad capaz de generar empleo, fijar y diversificar inversiones. Como línea de trabajo
medular destaca la recuperación física de los edificios con valor patrimonial para su uso
como museos, escuelas-taller o itinerarios en el viejo tren minero, cuidando la recuperación
del paisaje y el medio ambiente, y recreando las formas de vida y de trabajo tradicionales.
Este tipo de iniciativa se reproduce en el Emsher Park del Ruhr, en Alemania; en el Ecomuseo
Municipal de Seixal, en el área metropolitana de Lisboa; o en el proyecto anteriormente
comentado del Parque de las Colonias del Llobregat, en Cataluña.
En la modalidad de espacios industriales abandonados reconvertidos a usos de ocio y
recreo, con un componente de turismo cultural importante, se adscribe la red de parques
temáticos mineros españoles que se ha ido tejiendo en los últimos años. Se trata de espacios
al aire libre creados a partir de explotaciones mineras históricas, un singular y mal conocido
patrimonio que hoy forma parte de la oferta turística de numerosas comunidades autónomas.
Los ejemplos mejor conocidos son expresivos de un paisaje modelado por el hombre en su
afán de extraer las riquezas del subsuelo y buen ejemplo del patrimonio industrial como
recurso económico y cultural: Las Médulas (León), antiguas exploraciones auríferas de la
época de los romanos declaradas recientemente Patrimonio de la Humanidad; las minas de
plomo y plata de la Sierra de La Unión (Murcia); las abandonadas minas de plata de Hiendelancina
(Guadalajara); las minas de sal sódica y potásica del condado de Cardona (Barcelona)
o el Parque Temático Minero de Río Tinto (Huelva). Están en marcha nuevos proyectos
como el Parque Minero-industrial de Linares, en Jaén; el Museo Regional de la Minería de
Castilla y León en Sabero, León; o el Museo de la Minería de Puertollano, en Ciudad Real.
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5. CONCLUSIONES
El patrimonio industrial es hoy reconocido como parte de la historia y la cultura de los
territorios y, por ello, se le otorga la consideración de elemento clave de la identidad de aquellos
lugares que han conocido, con distinta intensidad y de la mano de sectores productivos
tradicionales, procesos de industrialización más o menos intensos generadores de unas formas
de vida y de trabajo que han dejado su huella en el paisaje y en la memoria colectiva. No
sólo las grandes aglomeraciones urbanas retienen vestigios industriales con valor patrimonial,
también las cuencas mineras, los pequeños valles industriales especializados, o ciertos espacios
litorales ofrecen restos industriales dignos de ser recuperados y aplicados a nuevos usos
o proyectos que los rescaten de la ruina y los revaloricen en todos los órdenes: urbanístico,
cultural, económico y social. Resulta estimulante comprobar que la Geografía se ha mostrado
sensible con este tipo de patrimonio y que cada vez es mayor el interés por integrar su estudio
y tratamiento en el análisis y desarrollo del territorio. No obstante, es mucho aún lo que
falta por hacer.
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