domingo, julio 22, 2007

Pasajes: Los balleneros vuelven a la mar

Albaola lleva años tratando de recuperar la tradición marinera vasca en plena bahía de Pasaia. Ahora tiene nuevos y ambiciosos planes. Vía Diario Vasco y web de Albaloa


Xabier Agote vive algunas temporadas en el siglo XIX, otras en el XVIII, incluso ha pasado semanas en el XVI. Junto con sus compañeros de la asociación Albaola se dedica a construir réplicas de canoas, bateles y chalupas de esas épocas, con las mismas técnicas y los mismos materiales que entonces: desde la madera de roble que sacan directamente del bosque y que trabajan con azuelas, hachas y sierras manuales, hasta los clavos hechos uno a uno por un herrero artesano, pasando por cubiertas de cuero impermeabilizadas con grasa de lana ovina o velas tejidas a mano. También organizan expediciones por el Atlántico en las que los tripulantes reman vestidos con pieles de cabra, comen habas, queso y nueces, beben sidra y acampan en playas.

Quieren recuperar los viejos saberes y las artes de cuando los vascos eran los mejores constructores navales del mundo, de cuando hacían los barcos más rápidos, los más seguros, los más eficaces. Nuestros ancestros se convirtieron en los mejores navegantes, los mejores pescadores de bacalao y los mejores cazadores de ballenas, incluso protagonizaron la primera actividad industrial europea en América (con los hornos de Terranova, donde producían el aceite de ballena, el combustible más apreciado y lucrativo, el petróleo de la época).

Curiosamente hemos dejado que esos episodios, los más notables de nuestra historia, terminen envueltos en telarañas. Por eso Agote pasa más tiempo del que le gustaría en el siglo XXI: promocionando los proyectos de Albaola, convenciendo a técnicos y políticos, pidiendo dinero en mil puertas para recuperar el patrimonio marino. Cuesta hacerse una idea del esfuerzo que se esconde tras semejantes trabajos de investigación exhaustiva y de construcción naval, de la posterior tarea de divulgación y de la agobiante organización de las expediciones. Comprobaremos una triste evidencia: la enorme aportación vasca a la historia de la navegación mundial es más apreciada en Estados Unidos y Canadá que en el propio País Vasco.

'Ameriketatik'

Xabier Agote (Donostia, 1964) siempre ha sabido buscarse la vida en América. Desde joven se interesó por la carpintería de ribera, una tradición de la que apenas quedaba rastro, y se ofreció a varios astilleros vascos para trabajar y aprender el oficio. Pero llegó en plena crisis de los años ochenta: «Muchos astilleros me decían que iban a cerrar pronto y los demás se lo estaban planteando. No había humor para nada». Así que se marchó a Estados Unidos. Con 24 años ingresó en la escuela de construcción naval del Museo Marítimo de Maine, donde estudió un par de años, y completó la formación con otro año trabajando en un astillero de aquel estado.

Cuando volvió a casa con 27 años, no podía ni soñar con algo semejante a un centro de arqueología y etnografía marítima. Dedicó su tiempo libre a rescatar pecios antiguos, a analizarlos, a estudiar documentos históricos, incluso a recuperar embarcaciones que donó al Museo Naval de Donostia. Para ganarse la vida, se embarcó en un pesquero en la campaña del verdel y cargó atunes en camiones. También fue remero en los clubes de Hendaia y Koxtape y participó en varias travesías transatlánticas a vela.

La gran oportunidad llegó, de nuevo, desde América. Otro centro de Maine, especializado en reconstruir barcos tradicionales de todo el mundo, propuso a Agote que hiciera una réplica de alguna embarcación vasca. En 1998 el donostiarra construyó en Estados Unidos una trainera de pesca del siglo XIX, y aquí viene la chispa que encendió todo el proyecto de Albaola: en lugar de dejar la trainera en el museo de Maine, como estaba previsto, Agote pidió fondos a las comunidades vascas de América del Norte y del Sur, para llevársela al País Vasco. Entre las Euskal Etxeak y un buen número de donantes particulares recaudaron once millones de pesetas, y después de navegar tres semanas por el río Hudson hasta Nueva York, la trainera recibió el nombre Ameriketatik (desde las Américas) y fue enviada al País Vasco. «Fue un regalo de la diáspora a su tierra de origen, algo muy emocionante», explica Agote. «Con la trainera hicimos una travesía por toda la costa vasca, desde Zierbena hasta Baiona parando en todos los puertos, 29 escalas en 29 días. Así queríamos agradecer el regalo de los emigrantes, llevando la trainera a sus lugares de origen. El recibimiento fue tremendo, a veces parecían las fiestas del pueblo. En cada puerto se subía una tripulación distinta, de manera que al final remamos más de 350 personas».

Patrimonio vivo

Después de Ameriketatik todo fue más fácil. Nació la asociación Albaola, de cuya mano vino Ontziola (el centro de investigación y construcción de embarcaciones tradicionales, en Pasajes de San Juan), gracias al apoyo de la agencia de desarrollo Oarsoaldea. En estos últimos años Ontziola ha sido el corazón del proyecto. Un corazón abierto: cualquier visitante puede asomarse para ver cómo trabajan en la construcción de embarcaciones antiguas y escuchar las explicaciones sobre la historia de los vascos y el mar. Y no sólo se trata de ver: cualquiera puede apuntarse a las navegaciones que se organizan los fines de semana. «No soy contrario a los museos», dice Agote, «pero a veces son un poco estáticos, sin alma, colocan una pieza en una vitrina sin explicar el contexto y eso no sirve de mucho. Yo aprendí en Estados Unidos y en Canadá otro modo más dinámico de divulgar el patrimonio: hay que dejar que la sociedad participe, que la gente navegue con nosotros, porque es el modo de mantener viva esa cultura marítima».

Ocho embarcaciones

Precisamente en Canadá, concretamente en Terranova, late el segundo corazón de Albaola. Desde el siglo XVI los vascos cazaron allí más de 35.000 ballenas y establecieron estaciones en las que se juntaron hasta dos mil trabajadores con sus colaboradores indígenas. En el paraje de Red Bay quedan restos de hornos y cabañas, cuatro balleneros hundidos, 140 marineros enterrados en un islote y un museo del ballenero vasco.

En esas aguas los arqueólogos canadienses rescataron en 1978 el galeón San Juan, el barco del siglo XVI mejor conservado del mundo. Y con él encontraron otro tesoro: una chalupa ballenera casi completa. Con la colaboración de Parks Canada, la institución que cuida el patrimonio cultural y natural de aquel país, en concreto del Departamento de Arqueología Subacuática, Albaola construyó en 2006 una réplica de esa chalupa y navegó con ella durante seis semanas desde Québec hasta Red Bay (en Labrador), pasando por la costa oeste de Terranova. A la expedición la llamaron Apaizac Obeto («los curas mejor», la respuesta que daban los indios de Terranova a quien les preguntara qué tal estaban, según escribió el historiador Lope de Isasti a comienzos del XVII).

«Parks Canada nos dejó toda la información necesaria para construir la réplica», dice Agote. «A cambio nos pidió que respetásemos un concepto clave: la integridad conmemorativa. Debíamos ser muy estrictos con todos los detalles de la reconstrucción, que es justo el objetivo de Albaola. Hacer una réplica de manera absolutamente fiel con la época, desde la obtención de los materiales hasta el uso de herramientas, resulta muy pesado y muy costoso. Pero es la mejor manera de recuperar de verdad la sabiduría antigua, de comprender los retos tecnológicos que se plantearon nuestros antepasados».

Con esa precisión han salido de Ontziola ocho embarcaciones, cada una con su proceso de investigación histórica, arqueológica y etnográfica, y con su minucioso trabajo de construcción. Después toca navegar con ella, para comprobar si el diseño es acertado o hay que pulirlo. Y cuando ya se domina, llega la hora de presentarla en sociedad. Nada de vitrinas: Albaola utiliza sus embarcaciones para que naveguen en ellas todas las personas que quieran participar en el proyecto o para presentarlas en festivales de toda Europa en los que promocionan la cultura marítima vasca; para desarrollar proyectos medioambientales (como el de Gure ibaiak, en el que recorrieron todos los ríos vascos, hasta donde tocaban fondo, durante fines de semana del año 2003 en los que participaban más de 50 personas cada vez) y para organizar expediciones cada vez más espectaculares (la navegación hasta Galicia en una chalupa de cuero arcaica; la vuelta a Irlanda en trainera para reivindicar la paz; la travesía del Atlántico a remo; Apaizac Obeto ).

Albaola es un hervidero de proyectos. A finales de junio inauguraron la réplica de unos hornos balleneros del siglo XVI en la cala Alabortza de Pasai Donibane, donde quieren ir creando el parque de los balleneros vascos: construirán una tonelería como las que se levantaban junto a los hornos para recoger el aceite del cetáceo, entre otros equipamientos, y en el futuro planean representar escenas de caza con las chalupas balleneras, en las que se mostrarán todas las maniobras y los trabajos de aquel oficio, desde la aproximación y el lanzamiento de los arpones hasta el envasado del aceite.

Pero el siguiente paso decisivo será la extensión de Ontziola al astillero Ondartxo de Pasajes de San Pedro. Allí, en un recinto mucho mayor, los artesanos de Albaola afrontarán el mayor proyecto de su historia: construir nada menos que el galeón ballenero San Juan, hundido en Terranova en 1565 y rescatado en 1978. Por ahora ya han acabado dos de las seis chalupas que llevaba la nave y están empezando con la tercera. «Hacer el galeón San Juan nos llevará al menos seis años», calcula Agote. «La Unesco lo escogió como símbolo del patrimonio subacuático mundial, así que propondremos que sea el buque insignia que nos falta en el País Vasco, nuestro gran embajador del mar. Tiene una importancia histórica tremenda, porque fue un tipo de barco que participó en la carrera de Indias para traer oro y en la carrera de Terranova para pescar bacalao y para cazar ballenas. Se convertirá en la gran seña de Albaola, el gran atractivo, pero nos interesa todo el proceso de construcción, porque vamos a aprender muchísimo sobre las antiguas técnicas. Y nos gustaría que todo el proceso fuera un atractivo turístico y cultural: trabajaremos sin plano y queremos que la gente lo vea y lo aprecie».

Cuando se despliega un mapa, a los artesanos y navegantes de Albaola se les van los ojos al lejano noroeste: no sólo se plantean abrir una sede en Canadá, sino que sueñan con organizar allí la mayor expedición de su historia. Sueñan con el día en el que un galeón ballenero vasco vuelva a navegar por aquellas aguas boreales, quinientos años después.

Visita: La visita al astillero Ontziola es gratuita (calle Donibane, 33, Pasai Donibane). Horario veraniego: de 11 a 14 y de 15 a 18 (lunes cerrado). Teléfonos: 943 344 478 y 686 387 577. Por correo electrónico: albaola@albaola.com. Para saber más: la página http://www.albaola.com/ y el estupendo libro Apaizac obeto de Jon Maia (editorial Elkar, 2006).

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