miércoles, mayo 03, 2006

Organización espacios mineros en Asturias

Traemos aqui un extracto del interesante y completo trabajo de Faustino Suárez Antuña sobre la historia y organización de la minería en Asturias. Recomendamos totalemente su lectura a quién quiera conocer su historia y realidad.


Asturias es una de las regiones españolas de más antigua tradición industrial gracias, principalmente, al laboreo de sus extensos yacimientos de carbón de hulla que supusieron un factor de localización infranqueable para las empresas siderúrgicas hasta avanzado el siglo XX Pero indudablemente, aunque sean estas dos actividades, minería y siderurgia, los dos pilares básicos del proceso industrializador asturiano se trata de realidades muy contrapuestas.

En efecto, por cada una de las dos grandes fábricas que controlaron el territorio en las dos cuencas fluviales y mineras principales, el Nalón y el Caudal, el número de minas de carbón es mucho más elevado y, por tanto, la oferta laboral de la minería era mucho mayor que la de la siderurgia interior histórica.

El fin del ciclo económico basado en el carbón, materializado en el cierre de la minería y el desmantelamiento de la siderurgia histórica, supuso la crisis de estos territorios donde los lugares de trabajo y vivienda, lejos de estar segregados, formaban un todo. A partir de este momento, los espacios de producción y residencia toman rumbos diferentes: las zonas urbanas de las cuencas, pese a perder población de manera continuada, siguen constituyendo una de las zonas más densamente pobladas de Asturias ya que la cercanía a las áreas más dinámicas del centro de la región y el mantenimiento de una aceptable dotación de servicios atenúa el proceso migratorio que conlleva la severidad de la desindustrialización.

Respecto a los espacios de producción, la clausura de las factorías siderúrgicas significó la completa desaparición de las instalaciones fabriles en Mieres y la reutilización parcial de las de Langreo, mientras que, en la minería, el proceso de cierre ha dado como resultado alguna actuación esporádica con fines museísticos y una intensa destrucción. Con estos precedentes históricos y al calor de los procesos más recientes de desindustrialización, la minería del carbón, y aún más la de la hulla, ha sido objeto principal de numerosos trabajos realizados desde muy diferentes disciplinas entre las que destaca la Geografía, cuyos títulos principales quedan referidos en la bibliografía que acompaña este trabajo.

Desde la óptica geográfica, los espacios industriales, tengan estos un carácter histórico o sean derivados de procesos más recientes en el tiempo, se han estudiado tanto en función de las pautas de localización de la industria como de la relación de ésta con el desarrollo del espacio urbano. Así, para el caso asturiano, desde fines de la década de los setenta del pasado siglo, contamos con trabajos sobre las principales áreas históricas de asentamiento de la industria o sobre las nuevas pautas y formas de localización de los modernos espacios industriales.

Paralelamente, desde hace algunas décadas ha ido tomando auge una nueva línea de investigación que centra su análisis en los restos de la industria: la arqueología industrial. Dejaremos de lado el origen anglosajón del término y su desigual evolución metodológica pero sí que debemos mencionar que en España, salvo casos muy concretos, esta corriente de investigación se ha centrado más en el estudio de los restos de la industrialización integrándolos dentro del concepto de patrimonio que en excavar directamente estos vestigios[1].

Por eso, el término que ha ido cobrando más fuerza para definir lo que se ha venido haciendo en este campo es el de Patrimonio Industrial. En cualquier caso, la idea que dio lugar a esta línea de estudio era que se convirtiera en un amplio foro de intercambio donde profesionales e investigadores procedentes de muy distintas disciplinas analizan las estructuras productivas en relación con el territorio, con los estilos constructivos, con la evolución tecnológica o con el tipo de sociedad a que dio lugar; cualquiera que sea el punto de vista con el que se aborde el estudio del patrimonio industrial siempre existe la intención de salvaguarda de los restos derivados del proceso industrializador.

En el caso de España el punto de arranque de la arqueología industrial se remonta a 1982, coincidiendo con las I Jornadas sobre la Protección y Revalorización del Patrimonio Industrial celebradas en Bilbao, cuando Rafael Aracil señalaba el aceptable retraso que estos estudios llevaban respecto al resto de Europa (Aracil Martí, 1982). En este congreso, se llegó a la conclusión de que este nuevo campo de estudio estaba excesivamente supeditado al resto físico debido a dos factores: por un lado, debido a la juventud de la arqueología industrial, necesitada de acumular experiencias y de ir generando una metodología propia a la par que se comparaban los resultados; por otro, la continua amenaza de destrucción sobre estos elementos, imponía una atención prioritaria al resto físico singular mediante su inventariado y defensa que impedía la plena contextualización de estas piezas.

A estas dos razones, que apuntaba Aracil en 1982, del por qué de la supeditación de la nueva disciplina al resto físico, habría que sumar una tercera: el hincapié que la Arqueología Industrial inglesa había hecho desde sus orígenes en el inventario de aquellas piezas singulares que pudieran ser consideradas como Monumento Industrial. Así, la Arqueología Industrial había surgido como una necesidad de registro y preservación de unas estructuras amenazadas de destrucción más que como un deseo inherente de entender el periodo histórico del monumento o del paisaje del que formaba parte (Palmer, 1991: 378 y ss.).

Los veinte años transcurridos desde aquellas jornadas de Bilbao nos otorgan una perspectiva histórica que permite afirmar que los factores arriba señalados, la juventud de la arqueología industrial y la necesidad del inventario frente a la destrucción, no han podido superarse en los niveles que hubieran sido deseables. Esto se ha debido, por una parte, al fuerte impulso urbanizador, al retroceso del sector secundario tradicional y a la inexistencia de un criterio de preservación que ha motivado la desaparición de importantes elementos del patrimonio de la industria; por otra parte, la interdisciplinariedad, que al comienzo era valorada como un factor positivo, específico y diferenciador del nuevo campo de estudio, conllevó el trabajo aislado, el enfoque parcial desde cada disciplina y una excesiva dispersión de los trabajos y planteamientos, lo que ha impedido el establecimiento de una metodología precisa.

En resumen, en torno a la arqueología industrial o el patrimonio industrial, se puede reconocer una gran contradicción en tanto que la ausencia de reconocimiento académico de la nueva disciplina ha impedido la definición de unos objetivos, de una metodología y de unos límites claros. Así, de este campo de estudio, las disciplinas que más se han acercado a él, como la Geografía o la Historia del Arte, mantienen la idea, explícita o implícita, de reconocimiento del valor de una parte fundamental de nuestra historia y la atención a algunas técnicas elementales de campo. El resto, proviene de los objetivos concretos de cada área de estudio que, en el caso de la Geografía, son el análisis del paisaje y de las transformaciones a que la industria dio lugar y que, por tanto, tienen una importancia indiscutible dentro de este campo de investigación.

En este contexto, tanto el que se refiere a la realidad asturiana como el de la Geografía y la Arqueología Industrial, se exige un análisis que clarifique y clasifique los procesos espaciales que dieron lugar a los paisajes mineros asturianos de la hulla como parte fundamental de una reflexión acerca de qué elementos deben ser preservados y por qué; de lo contrario, la falta de criterio y los derribos seguirán siendo el objeto de discusión principal en torno a los espacios industriales históricos y su patrimonio. Así que, este trabajo y la tesis doctoral de la que parte, pretenden abordar la cuestión, por un lado, desde un planteamiento general proponiendo una serie de categorías de espacios mineros que contribuyan a un mejor conocimiento de una actividad básica del proceso industrializador; y por otro lado, desde una perspectiva más amplia que permita enfocar el análisis del patrimonio industrial regional en un marco más adecuado para la toma de decisiones. De lo contrario, de la denominación en singular de los espacios mineros, la consecuencia es que todos son iguales y, por tanto, la discrecionalidad en cuanto a su protección seguirá siendo la única realidad.

Introducción al desarrollo industrial y minero de Asturias
En la década de los cuarenta del siglo diecinueve decía Alejandro Aguado, Marqués de las Marismas y, como veremos, personaje destacado en la historia de la industrialización asturiana, que donde había carbón había de todo. Asturias tenía este mineral así como agua y madera, otros recursos naturales fundamentales para el proceso industrializador.

Desde fines del siglo XVIII la conveniencia de emplear el carbón de piedra como sustitutivo del de leña en diversos procesos industriales controlados por el Estado, principalmente las fábricas de armas, era valorado en dos direcciones: por un lado, como modernización de las técnicas de fabricación y, por tanto, como mejora de su capacidad productiva; por otro lado, como incentivo a la apertura de nuevos establecimientos transformadores que, beneficiando las riquezas patrias, indujeran a una industrialización de España a la manera de otros países del continente.

Pero la puesta en explotación de los yacimientos carboníferos planteaba complejas cuestiones jurídicas que debían conciliar posturas absolutamente opuestas: por una parte la opinión de Jovellanos (comisionado para inspeccionar las minas asturianas entre 1790 y 1797 que fue nombrado Ministro de Gracia y Justicia), que defendía el carbón como un recurso cuya explotación debía ser libre y, de otra parte, la posición de la Armada que deseaba ver satisfechas sus demandas de mineral sin tener que recurrir constantemente a proveedores externos. Intentando llegar a una postura difícilmente intermedia se constituye en 1792 la compañía de las Reales Minas de Langreo que reservaba para la Marina la explotación de los carbones de las dos laderas del río Nalón a su paso por Langreo.

Pero pronto el problema del transporte del carbón hasta el mar con destino a los arsenales de la marina se convierte en un intenso debate entre, nuevamente, Jovellanos que era partidario de una carretera desde Langreo a Gijón y Fernando Casado de Torres, Ingeniero Militar puesto al frente de las minas, que apostaba por canalizar el río Nalón entre Sama y su desembocadura en San Esteban de Pravia. La historia acabó dando la razón al ilustrado gijonés pero el presente, sin dudas, fue de Casado de Torres: realizó las obras de canalización (la Empresa del Nalón como se llamó) por la que a partir de 1793 empezaron a descender chalanas cargadas de mineral que eran fabricadas en unos astilleros Reales creados al efecto en el Alto Nalón, montó un horno de coque y eligió el emplazamiento de la fábrica de armas de Trubia de la que fue nombrado primer director y que recibiría el carbón a través de las barcazas de la Empresa del Nalón. Pero como previera Jovellanos la canalización del río fue titánica, costosa y, finalmente, una riada desbarató la obra en 1801 tras lo que dos años más tarde se abandonaron también las Reales Minas de Langreo cuyos costes de explotación y transporte arrojaban unas ruinosas cuentas.

Con estos antecedentes de negocio y con unas cuencas hulleras donde, además del carbón, coincidían grandes dificultades de comunicaciones el siguiente peldaño en la industrialización asturiana cambia de ámbito pero el objetivo seguía siendo el mismo: la mejora de la capacidad productiva de los arsenales de la Armada y de las fábricas de armas mediante la utilización del carbón de piedra que, a su vez, funcionaría como inductor de cambios en el raquítico tejido industrial del país.

Con esta doble finalidad el gobierno de Fernando VII inicia conversaciones con un heterogéneo grupo de personajes entre los que se encuentran acaudalados banqueros e industriales europeos y varios españoles, también de conocida solvencia económica, afincados en Francia y Bélgica, curiosamente y en muchos casos, como consecuencia de las persecuciones absolutistas del rey. La idea es crear un complejo industrial que beneficie los carbones asturianos para utilizarlos en un establecimiento metalúrgico a pie de yacimiento y, también, para suministrarlos a las Reales Fábricas de Armas como las de La Cavada y Liérganes.

Para ello se ofrecen excelentes condiciones en relación con las concesiones mineras que llegan a extenderse a media Asturias. Sin embargo la retirada del negocio de uno de sus principales inversionistas, el industrial belga (de origen inglés) John Cockerill, hace que se redimensione el proyecto limitándose a la producción de hulla en espera de mejores momentos, lo que conlleva la reducción de la superficie de la concesión a la zona litoral de Santa María del Mar y Arnao en el concejo de Castrillón. Nace así en 1833 la que luego será la Real Compañía Asturiana de Minas (en adelante Rcam) con capital mayoritariamente belga.

Las labores mineras se inician en la zona continental de la concesión prestando una hasta entonces inusitada atención a cuestiones como la planificación del yacimiento (planos de labores, estudios geológicos), las galerías de arranque (relleno, entibación), la ventilación (hogares y chimeneas), la tracción (máquinas de vapor, caballerías) o el transporte (en 1834 comienza a funcionar un ferrocarril con tracción a brazo que conecta la mina con un pequeño embarcadero también en Arnao). En definitiva, la Rcam comienza una explotación en la que el beneficio de los yacimientos superficiales no pusiera en entredicho el desarrollo futuro de los más profundos, lo que en la Ley General de Minas de 1825 quedaba reflejado como una minería "conforme a los principios del arte".

Una referencia esta de la normativa que intentaba poner de manifiesto lo precario y negativo de los sistemas de explotación de los lugareños que ya denunciara, por ejemplo, Carreño y Cañedo (Alférez Mayor de Oviedo, miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País y Diputado por el Principado de Asturias) en su ya célebre informe sobre las minas de carbón y otras especies de 1787 cuando describía así los métodos de explotación en las entonces incipientes minas de los concejos de Siero, Bimenes y Langreo:

"Benefician las mismas los naturales con muy poco conocimiento, pues ignorando el cultivo se contentan con irlas descubriendo por encima hasta que hallando mucha tierra sobre ellas las abandonan, de que se siguen gravísimos perjuicios y son el extraer carbón que aun está por hacer y confirmando la experiencia que el más bajo es de la mejor calidad. (...) siendo cierto que una sola [mina] bien cultivada hubiera dado todo el carbón que se extrajo hasta ahora de quinientas. (...) pero sobre todo el mayor y contra quien declama la humanidad son las frecuentes desgracias que acontecen a estos infelices por los trozos de tierra que se desgajan cuando la mina va honda...".
No obstante, no puede dejarse de lado el hecho de que una de las razones del mantenimiento de estos métodos de explotación era propiamente el sistema de contratación de suministros de carbón por parte del Estado, fundamentalmente desde fines del s. XVIII y con destino a la marina de guerra para la alimentación de los hornos de fundición de hierro empleado como lastre. El proceso era el siguiente: la marina establecía un contrato (contrata) con un comerciante que, si bien en principio realizaba directamente la explotación del yacimiento, acababa recibiendo las producciones que los aldeanos arrancaban de la manera más rápida en diversos lugares según lo descrito en el texto de Carreño y Cañedo.

Este sistema de contrata, supeditado a una entrega a corto plazo, impedía un estudio reposado del yacimiento, de sus potencialidades y de las maneras de beneficio, lo que derivaba en que los carboneros locales (las minas de los paisanos en palabras de Coll Martín) mudaran de un afloramiento a otro sin establecer verdaderas estructuras mineras en ninguno de ellos. Pero además, la contrata dificultaba la viabilidad en el negocio de empresas con una intención más nítidamente industrial, como la Rcam, que eran incapaces de aportar una rápida competitividad en el suministro de carbones al contratista principal.

Esta incapacidad para una competencia a corto plazo con los pequeños productores locales, (sobre los que aún en fechas tan tardías como 1860 recaía casi la mitad del carbón extraído en Asturias [Coll Martín, 1987: 63]), para atender los contratos públicos y el raquitismo de la demanda interna de carbón hacen que la Rcam busque la diversificación productiva sobre la idea inicial de montar una factoría que aprovechara los carbones de Arnao, unos carbones cuya composición desaconsejaba su utilización en fábricas de hierro pero que sí estaban indicados para multitud de otros procesos metalúrgicos (Ojeda, 1994: 149).

Tras un intento de vincularse a la industria metalúrgica del cobre inglesa, enérgicamente rechazado por la Real Sociedad Económica de Amigos del País (Real Sociedad,1833), la empresa belga acaba perfilando de la mano del ingeniero belga Jules Van der Heyden Hauzeur (ligado familiarmente a Nicolás Maximiliano Lesoinne, socio fundador de la compañía) uno de los proyectos industriales más singulares del proceso industrializador asturiano: el zinc. El hecho de que sólo existiera otra fábrica similar en España, en Albacete (Benito del Pozo, 1992: 175), dotaba de una gran oportunidad a un negocio orientado en aquellos momentos a planchas para techumbres, canalones y todo tipo de objetos de ornato.

En cuanto a las materias primas, los yacimientos de plomo de Guipúzcoa, y luego los de Reocín en Cantabria surtirían de mineral la planta que debía estar en Arnao, al pie de la mina de carbón, ya que para producir una tonelada de zinc eran necesarias siete y media de carbón. De esta manera, poco tiempo después una nueva pieza industrial aparece en el concejo de Castrillón: la fábrica de zinc. No obstante esto implicó una serie de transformaciones de gran envergadura: para recibir el mineral y para expedir los productos el pequeño embarcadero de Arnao se queda pequeño por lo que se acondiciona un muelle en el extremo norte de la ría de Avilés que se conecta con la planta a través de un ferrocarril de varios kilómetros; para abastecer la nueva fábrica, la mina de Arnao debe incrementar su producción por lo que debe afrontarse la explotación de la parte más rica del yacimiento, la parte submarina. Para atacar este nuevo frente de explotación se construye un pozo de extracción vertical que se convierte en el primero de Asturias, antecediendo en más de medio siglo lo que será el futuro regional de la minería de la hulla.

La experiencia de Arnao nos sirve para mostrar someramente los inicios del panorama industrial minero en Asturias, en tanto que como hemos dicho fue la Real Compañía la primera en explotar de una manera industrial y capitalista las capas de carbón, pero también para exponer una idea que, por conocida y asumida, no deja de ser fundamental para enmarcar el desarrollo industrial de Asturias en los siglos XIX y XX: el factor de localización que supuso el carbón en función de su consumo metalúrgico y siderúrgico. Ahora bien, el caso de Arnao tiene muchas singularidades dentro del panorama hullero e industrial asturiano y nacional.

En una época en la que los estudios geológicos aún no habían clarificado en alguna medida la compleja disposición de los yacimientos asturianos y dado que la zona de Mieres y Langreo seguía con los mismos problemas de comunicaciones, los afloramientos hulleros de la zona de Arnao auguraban un gran beneficio que encajaba de manera ideal con el proyecto de la compañía belga de crear un complejo industrial trasnacional que, por tanto, debía buscar una localización costera. Pero la realidad era bien diferente. La peculiaridad de los yacimientos hulleros de Arnao viene derivada de la existencia de una falla muy tendida que hace cabalgar el Devónico (calizas, areniscas y pizarras) sobre el Estefaniense, que es el que contiene las capas de carbón.

Esto hace que la formación Estefaniense constituya un pequeño afloramiento alargado y paralelo al cabalgamiento que reposa discordante sobre los materiales devónicos (Julivert, 1973: 21). Así, el objeto principal de la mina de Arnao, que era la capa homónima, tiene un borde meridional emergido y fuertemente denudado que fue el que abrió las esperanzas del yacimiento y sobre el que se situaron las explotaciones primitivas, primero mediante de galerías de montaña y luego con pozo vertical de extracción, pero para su continuación había que internarse bajo el mar Cantábrico. Así el pozo de Arnao es el primero que se construye en Asturias para el beneficio de las capas de carbón pero también el primero en explotar capas submarinas adentrándose con planos inclinados y pozos más de quinientos metros sobre la línea de costa.

De este modo, para asegurar una producción propia y constante de carbón con destino a la fábrica de zinc, la Real Compañía tuvo que sentar las bases de un nuevo laboreo industrial de la hulla del que no había antecedentes claros en Asturias. Pero además, como consecuencia de los insuficientes estudios geológicos y de la oportunidad que brindaba una localización costera, se decantó por un yacimiento que pronto acabó demostrando una gran complejidad derivada del contacto entre los filones continentales y marinos y para cuya explotación no existían precedentes tecnológicos que optimizaran el recurso. De hecho, entre las incidencias mineras de Arnao reflejadas en los planos de labores y donde se muestra como la mina se centraba ya desde fines del XIX exclusivamente en la parte submarina, son frecuentes los fuegos (derivados de estancamientos de gases y la imposibilidad de una correcta ventilación) y las filtraciones de agua del mar que en 1915 motivaron el cierre de la mina.

En definitiva, la experiencia de Arnao nace en un largo periodo intermedio que va entre el fracasado proyecto de canalización de Casado de Torres y las soluciones que la carretera a Gijón y el Ferrocarril de Langreo otorgan a la cuenca del Nalón, que hizo decantarse a la Real Compañía por un yacimiento que al final demostró su marginalidad tanto en las condiciones geológicas (contacto marino y continental, falla de Arnao) como en productividad (sólo uno de los años de toda su historia productiva superó las sesenta mil toneladas). Pero en cualquier caso Arnao evidenció que un gran complejo industrial podía nacer en Asturias alrededor del carbón pero, como era el planteamiento de fines del XVIII, éste debía estar a pie del yacimiento principal, en las cuencas de los ríos Nalón y Caudal (véase Figura 2).

Sin embargo, la necesidad de comunicar la cuenca del Nalón no era vista en un principio como una base sobre la que crear un proyecto industrial regional sino más bien con la intención de dar salida a los carbones langreanos con destino a diversos puntos de consumo exterior. En esta línea, el antiguo proyecto de Jovellanos de una carretera entre Sama y Gijón consigue retomarse, no sin dificultades, de la mano de uno de los hombres más carismáticos del proceso industrializador asturiano: Alejandro Aguado. Como en el caso de alguno de los inversores españoles en el proyecto de la Real Compañía, Aguado había tenido que exiliarse a Francia donde había fundado una de las empresas financieras más importantes de su tiempo, la casa Aguado, que llegó a realizar empréstitos al gobierno de Fernando VII. Esto le valió el nombramiento como Marqués de las Marismas del Guadalquivir y la posibilidad de volver a España donde fundó la sociedad Aguado, Muriel y Compañía para explotar el carbón de una mina cercana al valle principal de la cuenca del Nalón en Asturias.

Es entonces cuando percibe la necesidad de una carretera que comunique Langreo con Gijón para desarrollar convenientemente la industria hullera y, recibiendo como subvención los impuestos sobre la sal y el vino de Asturias durante veinte años además de la posibilidad del cobro de un peaje por la utilización de la vía, inicia las obras que quedaron concluidas en 1842. Pero el proyecto industrial de Aguado iba mucho más allá. Consciente del papel del carbón como factor de localización y de la importancia de las infraestructuras de transporte, registró nuevas minas, fundó una nueva Sociedad, la de Minas de carbón de Siero y Langreo, planteó la construcción de unos altos hornos e incluso una nueva y moderna salida al mar en el Musel, en Gijón. Alejandro Aguado hizo renacer las esperanzas de un nuevo progreso sin fin desde su llegada a Gijón; las mismas que se esfumaron dramáticamente con su fulminante muerte en el banquete de bienvenida e inauguración de la carretera Carbonera en 1842.

Dos años más tarde de la muerte de Aguado se obtenía la concesión para proyectar un ferrocarril carbonero desde Langreo a Gijón que acabará cristalizando en el Ferrocarril de Langreo, un proyecto con fuertes apoyos gubernativos y Reales, que empezará a dar servicio en 1852 llegando a Sama en 1856. El Ferrocarril de Langreo supuso el estímulo definitivo para el aprovechamiento de las reservas hulleras de la cuenca del Nalón abriéndose numerosas minas en sus márgenes y siendo el acicate para la aparición de la siderurgia langreana de la Sociedad Duro y Compañía.

A partir de este momento el desarrollo minero e industrial de la cuenca del Nalón empieza a tomar rápidamente forma en mayor medida que la del río Caudal donde, pese a la existencia de prometedores referentes anteriores, la ausencia de vías de comunicación demora el afianzamiento de un proyecto industrial capitalista en torno al yacimiento hasta los años setenta del siglo XIX cuando se construye la línea de los Ferrocarriles del Noroeste entre Lena- Oviedo y Gijón (principio del ferrocarril a Castilla).

En el caso de los núcleos preindustriales de fondo de valle, la topografía más favorable y la proximidad a los establecimientos industriales propiciaron tanto el cambio morfológico como el funcional, al reforzarse su condición de centros administrativos y de servicios. La atracción de población ejercida por estos núcleos fue, sin embargo, muy limitada, ya que la primera industrialización asturiana no trajo consigo un proceso inmediato de urbanización y la función residencial siguió recayendo sobre una densa malla de núcleos rurales. Esta situación era debida a que, hasta la Gran Guerra, la escasa promoción de viviendas en las entidades de fondo de valle estuvo dirigida, fundamentalmente, a las clases más pudientes relegando el contingente obrero a las buhardillas y casas alejadas del naciente centro urbano.

De este modo, para la población autóctona, la aldea seguía ofreciendo la raigambre de un medio conocido y la posibilidad de complementar las rentas industriales con el mantenimiento de la explotación agropecuaria familiar. Situación radicalmente diferente era la de los obreros inmigrados, que hubieron de decidir entre la miseria habitacional urbana y semiurbana o los espacios marginales de las aldeas.

Finalmente, el desarrollo industrial dio lugar a la aparición de una pieza residencial totalmente nueva y diferenciada de las anteriores en tanto que su promoción derivaba de la política social de las empresas: el poblado. Por lo general, las compañías, eligieron para la localización de sus promociones de empresa espacios cercanos a las instalaciones productivas y para su emplazamiento los fondos de valle, suponiendo este tipo de actuaciones un fuerte contraste con los núcleos de población preexistentes, debido a su rápida construcción, a las nuevas tipologías edificatorias y la regularidad de su plano.
Este modelo de organización del territorio mantuvo sus características fundamentales hasta fines del siglo pasado, si bien experimentó una evolución tendente a la concentración de la población en los núcleos urbanos de fondo de valle. Las migraciones de corto radio desde las aldeas a los núcleos semiurbanos comienzan a darse de manera continuada tras la Primera Guerra Europea, aunque su mayor intensidad no llegará hasta la década de los cincuenta y sesenta, coincidiendo con las grandes promociones estatales de vivienda en el fondo de los valles de los ríos principales. Pero además, el éxodo campo- ciudad, común al resto del país, se vio atenuado o incluso invertido en las áreas industriales del centro de la región en periodos muy concretos, como la fase expansiva de la hulla durante la Autarquía en los que las aldeas asumieron buena parte de la inmigración que los núcleos de fondo de valle no pudieron absorber.

Continua....

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2 comentarios:

  1. Anónimo8:44 p. m.

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  2. Anónimo8:47 p. m.

    eeee!soy yo otra vez..ANONIMO..LO DE ANTES...ERA BROMAAAA!q m a gustao muxo sta pagina
    weno dew
    pro aun mantngo q l falt ato lo q e dixo n l comntario d arriba
    dew!

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