No sé si en Gijón ocurriría lo mismo, pero en Sestao se podía ver desde la calle cómo cargaban los torpedos de acero líquido. También se podían presenciar otros procesos, como el espectacular vertido de la escoria en una explanada de arena; formaba una costra que después rompían con una enorme bola de acero de más de un metro de diámetro que una grúa con electroimán dejaba caer desde diez metros de altura; cada golpe era un pequeño terremoto que hacía vibrar todo en un radio de decenas de metros. Y si era invierno resultaba agradable, por la intensa radiación, que cruzara por delante un vagón con planchones aún incandescentes camino del tren de laminación. Los últimos años antes del cierre, decidieron quemar los gases combustibles y la acería se llenó de antorchas de colores... El Bosco habría estado encantado con esta representación del infierno.
No sé si en Gijón ocurriría lo mismo, pero en Sestao se podía ver desde la calle cómo cargaban los torpedos de acero líquido. También se podían presenciar otros procesos, como el espectacular vertido de la escoria en una explanada de arena; formaba una costra que después rompían con una enorme bola de acero de más de un metro de diámetro que una grúa con electroimán dejaba caer desde diez metros de altura; cada golpe era un pequeño terremoto que hacía vibrar todo en un radio de decenas de metros. Y si era invierno resultaba agradable, por la intensa radiación, que cruzara por delante un vagón con planchones aún incandescentes camino del tren de laminación. Los últimos años antes del cierre, decidieron quemar los gases combustibles y la acería se llenó de antorchas de colores... El Bosco habría estado encantado con esta representación del infierno.
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